EL PALOMAR

Hay que ver con el señor Lluch. A mí me parece asombroso, la verdad, pero mi amiga la Susi me dice que a ella no le extraña lo más mínimo. Que no hay más que fijarse en ese hombre para calcularle un arte del tamaño del Tibidabo. Si es que basta con que mueva el meñique para que se le revolotee el genio y el temperamento. Si es que pestañea y deja a la parroquia turulata. 

Si es que lo tiene todo. Sólo hay que poner un poquito de buena voluntad y se ve que tiene el óvalo romerodetorres, los ojazos camborios, el mentón caracol, el garganta sayago, las amígdalas fosforitas, los brazos esmeraldas, los pechos como pichones campuzanos, la cintura blancadelrey, y esa grupa alta y respondona, ese vientre arremetía ese muslamen largo y duro como un discurso de Fidel, esos tobillos como codornices de plata, esos zapatitos de puntera y tacón remachao y, en su conjunto, un empaque manuelavargas que quita el sentido. 


Lo que se dice un monstruo. Cierto que el señor Lluch, reconoce la Susi, de entrada parece un poquito lacio, pero deja que le entre lá piquina, que lo zamarree el duende con la fuerza de un ciclón, que se ponga desbocao como un potro que no sabe a dónde va, y no verás una cosa más jonda en todos los días de tu vida. ¿Y dice él que eso lo aprendió en la cárcel? Imposible, sentencia la Susi. Eso don Ernest lo tuvo que mamar.

La Grande Halle de la Villette ha cumplido 5 años en 1990 y se ha confirmado como un productor y espacio cultural innovador. Geográficamente situada entre la Ciudad de las Ciencias y la Ciudad de la Música, casi en las afueras de París, la Grande Halle concilia su lógica cultural con otra más popular que corresponde al público que visita la gran exposición permanente de «gadgets» científicos vecina. En la frontera de lo culto, el director de la Grande Halle está convencido de que la exposición-espectáculo «es un nuevo producto que tenemos en exclusiva».

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