No es bueno que Madrid y Atleti estén solos

La llegada a la presidencia del club del rey de la televisión privada, Silvio Berlusconi, en 1986, fue el origen de la salida del tunel para el club. El que para muchos es el hombre más rico de Italia construyó un equipo de estrellas y dejó el mando estratégico a un técnico oscuro, Arrigo Sacchi, que ha revolucionado las estructuras del fútbol con sus sistemas. Con Berlusconi, el Milán se ha convertido en el mejor equipo del mundo sin discusión. 


En el breve plazo de siete meses han caído la Copa de Europa, la Supercopa y la Intercontinental, conquista que siguieron a la Liga Italiana de 1988. Sacchi ha sido catalogado como el entrenador más brillante del continente, capaz de derribar por ejemplo a todo un Real Madrid en dos ediciones consecutivas de la Copa de Europa. Sus jugadores Gullit y Van Basten han obtenido el Balón de Oro, que premia al mejor jugador del continente, en los dos últimos años. Y el libre Franco Baresi, superviviente de los años tristes de principios de la década, está llamado a sustituirles esta temporada.

Berlusconi y Sacchi han conseguido que la afición lombarda reviva los grandes momentos de décadas pasadas, cuando el Milán se codeaba con la élite europea. Ha sido necesario para ello efectuar grandes inversiones, afrontar pérdidas provocadas principalmente por el capítulo de fichas de los jugadores, que forman una plantilla millonaria, pero el presidente del club puede mostrarse satisfecho, porque ha logrado su objetivo. El Milán es el «piu» grande. Con 90 años, no puede pedirse más.

Empezar es fácil y no es difícil adivinar por qué. A casi todo el mundo se le ocurren buenas ideas de vez en cuando, y al principio sientes que el mero hecho de tener una historia, cualquier cosa que contar, te ampara y te protege, por eso es fácil empezar. Pero luego, en un instante misterioso, la primera crisis, sientes que te has quedado sola, absolutamente sola delante de una mesa, a solas con una historia que no te ayuda, de la que ya no puedes extraer fuerza alguna, porque la vanidad, la arrogancia del debutante, se ha disipado, y la energía ya no es bastante, porque ya has empezado y estás sola, sola con la incertidumbre, la potencia definitiva que no se disipa nunca, ni siquiera cuando compruebas la consistencia de tu trabajo hecho objeto, un libro, nunca, porque las historias no mueren, sólo se retuercen.

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