Betis, Numancia y Levante acechan el tercer puesto, Castellón se hunde y Murcia respira

Negocio respetable. Ello nos reintegra al universo de la literatura de Burroughs, secuencias estremecedoras de un confesado proceso de desintoxicación y memoria de una realidad paupérrima y de sus contrafiguras. Cuando Burroughs decide ser amigo de los «beatnik» (Kerouac, Ginsberg, Solomon) pero no componente integrado en ese movimiento, posee ya una visión material de su obra. Sus extravagancias tangerinas todavía producen temor y escalofriantes leyendas: amigos aterrorizados por el escritor, que se encierra en su casa para disparar su revólver contra una pared y consumar sus excesos.


A ellos se referirá como «experimentos». Su defensa, al cabo de los años, del tratamiento de la apomorfina, que aplicase sobre sí mismo, con gran riesgo personal, daría principio a una aventura narrativa no exenta de sentido profético para las ciudades del mundo moderno. Ciudades ardientes de las Noches Rojas (léase «Yonqui», «Nova Express», «Tierras de Occidente», «El trabajo»; todos ellos títulos de Burroughs), Ciudades que surgen a semejanza de inmensas factorías de muerte, ofrecen turbios laberintos para el yonqui que anhela su dosis y se integra en un tráfico cósmico. Es en ese reino que pasa por irreal donde se internan los valerosos Defensores de la Ley, a la caza del desorientado.

Entre esos personajes media un escenario digno de un film de trazo futurista. Será en este ambiente donde se repita la conocida ceremonia. El policía ejemplar capturará al imprudente adicto. El comercio seguirá. Brindará riesgos y peligros y emociones sin cuento para quien desee internarse en la eterna historia. Una historia que va siendo, con el paso de las décadas, cada vez más incomprensible aunque menos enigmática. 

En esa película de Buenos y Malos que es nuestro tiempo -reitera Burroughs, y no es el único- paga siempre el elemento básico para la continuidad del Gran Negocio: el ser enganchado. Sin lugar a dudas, un pésimo artista del comercio. Un detestable inversor. Sin remedio, víctima y verdugo. Actor sin voz ni parlamento. Sombra silueteada, tenebrosa. Sin esa imagen la tragedia parecería irreal; tampoco sería noticia. Una presencia cotidiana, enemiga.

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