Delibes, Higuaín y Messi

Uno de los motivos cruciales en la amplia producción literaria del autor de «El almuerzo desnudo», el norteamericano William Burroughs describe implacable la coartada policial de nuestro siglo. Podría considerarse como el sustrato de una iniciación. Los indefensos serán perseguidos y castigados -abandonados a su suerte, prisioneros o eliminados- para mayor gloria de la buena conciencia, para garantizar el mantenimiento de la civilizada sociedad postindustrial, y para consolidar la preservación de la sensibilidad, siempre susceptible, de los votantes -por supuesto, libres de toda sospecha- afectos al orden.


Serían «indefensos» todos aquellos que hubieran caído en la «trampa». De forma genérica, François Lyotard, catequista de la filosofía postmoderna y otras invenciones intelectuales para no dormir, denominó el prototipo caracterizado por circunstancias tan irregulares como «lo juif» (lo distinto), arrancando de una premisa heideggeriana y polémica que en esta oportunidad habrá de quedar al margen. Lo «distinto», por su propia naturaleza, será siempre perseguido... No obstante, la figura -a diferencia de lo que Burroughs vive y desenmascara en sus escritos- se vacía de contenido real cuando se percibe el papel de la droga en lo inmediato. 

La trampa. La Droga. Divinidad y a la vez condena. Signo religioso, reverenciado, raíz de complejas desavenencias seculares. Emblema hermético, sinuoso, oscuro. Frontera entre el Bien y el Mal. Temblorosa mención abstracta y fanática para aludir y/o eludir el infierno que ya no existe en el más allá. ¡La Droga! Excusa de inquisidores aficionados, muleta de snobs tras las derrotas de la lujuria y el juego. Piedra («dura» o «blanda») de escándalo. En síntesis: universo donde en casi todos los casos resulta evidente -insiste con motivo Antonio Escohotado al abordar la materia en los tres apasionantes volúmenes de su «Historia de las drogas»- que no sabemos nada. Como es sabido, la ignorancia no representa un obstáculo para hablar. Y hablar mucho. Porque, de hecho, ¿qué droga? ¿Aquella que parece necesitada de antros siniestros, o acaso la que requiere billetes planchados y montañas nevadas? ¿Aquella de muerte lenta que expenden (y encarecen con decretos discriminatorios) los gobiernos de las democracias avanzadas y los monopolios, o la que vive clandestina en los tumultos? 

La de sabor «heavy» o la de perfume «light»? ¿Las sedantes e higiénicamente limpias, salidas de los fregaderos de los laboratorios, o por ventura las empacadas y defendidas en las Altas Sierras por guerrilleros luminosos?. No hay respuesta única. Por el contrario, abunda la hipocresía. El secreto a voces. En ese área, según el juicio de Eduardo Haro Ibars, la arbitrariedad se extrema: la Droga se transforma en política, en negocio. 

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