Las pelotas de Torres


La irrupción involuntaria del disparate, la metedura de gamba y el caos técnico en esta televisión que ejerce de mensajero de la tragedia, relaja la tensión del espectador que se siente razonablemente angustiado ante la información o la desinformación que recibe de la maldita guerra. El valor terapeútico de la carcajada es impagable cuando escasean los motivos de risa. Supone un acto espontáneo de afirmación en esta puta vida, en ese único lujo que los dueños del universo se han empeñado en robarnos, en degradarlo, en acorralarlo. 

Estupefacto me he quedado cuando la banda sonora del melodrama Sublime obsesión sustituye los románticos diálogos entre el hierático Robert Taylor y la vaporosa Irene Dunne por el apasionado discurso filosófico de los comentaristas futbolísticos, glosando las esencias de Pizo Gómez en el partido entre el Atlético de Madrid y el Valencia. Sin proponérselo, los técnicos de televisión han conseguido rescatar las esencias del surrealismo. 

Mientras tanto, en Telemadrid permanecía ausente el sonido del Manzanares y los shakesperianos juicios de Ricardo Gallego. Para que la ceremonia de la confusión hubiera -alcanzado la plenitud, lo ideal hubiera sido que metieran las tonterías melosas que se arrojan el playboy y la viuda, ambientando las carreras de Futre y el espectáculo exclusivamente esperpéntico que procura la visión conjunta de Sara Montiel y Jesus Gil. Agradablemente atónito continuo al escuchar a la presentadora del informativo nocturno de Telemadrid: «Ha sido robado un cargamento de marisco. 

Desde aquí deseamos a los autores que se lo coman y lo disfruten antes de que les atrape la policía». La dinamitera y militante acracia, la naturalidad, el cálido tono expositivo y la cercanía comunicativa que establecen la mayoría de os informativos de Telemadrid suponen un oasis para los que odiamos a los bustos parlantes, a los burócratas de la información y a los malos actores narrándonos las noticias del mundo. En el esóterico e indigerible programa La tabla redonda plantean, con lenguaje dormitivo, interrogantes sobre la Apocalipsis. 

Considero más acuciante comerme un jamón o hacer unas risas que escuchar: ¿«por qué no aceptamos nuestra finitud, asumimos el mundo desde el transmundo, existe un presente eterno que englobaría pasado el futuro, entendieron las pastorcitas de Fátima el mensaje de la Virgen»?. Tampoco renuncian a la barbaridad ortográfica y traducen una canción sobre las predicciones de la Biblia con un hilarante: «Hijos míos, Benid». Confundir la v con la b descalifica sus trascendentes angustias.

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