Lo que cuesta la sangre

La media rosa de la pierna izquierda de Nazaré se empapaba de sangre y chorreaba hasta el suelo, y Nazaré cojeaba y el público ya tiraba de pañuelo para pedir la oreja. La sangre de los toreros es sagrada, de acuerdo, pero a mí no me gusta que se premie con orejas una faena cruenta y de medio pelo. Antonio Nazaré, algún fulgor tan sagrado como su sangre y una soberbia tanda de derecha; profecías y acaso anuncio de eternidad. Demasiado tirón y demasiado fueracacho. Por estar fuera de sitio, voló a los cielos y cayó, herido, en el suelo. 

Pese a esto, pese a la oreja que se llevó también Esaú Fernández, si lo sé no vengo. Prepara tus bártulos, carga la pluma, -la de escribir-, con la mejor tinta, deja hogar, amigos y tertulias para ver agraviados los toros de Fuente Ymbro, que no es que fueran esencia de fortaleza y bravura, mas sí mucho mejores que los toreros. Cortés, Nazaré y Fernández tienen tanto derecho como el que más para labrarse una gloria imperecedera frente al toro.

Puede que lo consigan y ojalá así sea. Cortés ya tuvo aquí, en la Maestranza, su momento de gloria y esplendor; Nazaré y Esaú, puede que lo tengan y ayer lo rozaron, aunque lejos de los jandillas. El primero, un gran toro serio y enrazado a condición de que se le atacara en los terrenos adecuados. Y el cuarto, sin llegar a tanto, también requería de un diestro bien colocado y una muleta planchá; ni lo uno ni lo otro. Salvador cita a gritos en vez de citar con el cuerpo y la muleta. Y eso es un agravio para el toro y para los silencios ceremoniales de la Maestranza. Lo de Nazaré ya está contado y Esaú se dignificó con dos aceptables tandas de izquierda y otra de derecha. Demasiado previsible todo, ante la previsión encastada y un poco blanda de los jandillas de don Ricardo Gallardo. 

Lo dicho, si lo sé no vengo y me voy a Botsuana a lidiar elefantes a las cinco de la tarde, que es hora más torera que las dos de la madrugada. Verónicas de alhelí, como las que algunos días se verán en esta hermosa plaza, para reales elefantes. Algún año, el 14 de abril de madrugada y un poco alumbrados -calamocanos, que diría don Ramón María del Valle-Inclán- Paco Puchol y yo soñábamos con restaurar la III República; y llegar a la Maestranza en un landó de muchos caballos empenachados de pendones republicanos; una vez llegamos pero sin penachos. A lo mejor está cercano el día y nosotros con estos pelos. Y sin hacer nada, salvo algún himno subversivo y noctívago con rasgueos de guitarras por las calles de Triana. Triana es otra cosa y pasar el puente y el Altozano es salirse de Sevilla. Por el Guadalquivir flotan orejas sin peso y banderas deflecadas.

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