Un insulto en Ucrania

A Yuri Andrujovich, una de las más destacadas voces de la narrativa posmoderna ucraniana, le bastaron 16 horas en Venecia para sentir una profunda atracción, en muchos sentidos repulsiva, hacia ella. «Fue una experiencia dramática. No entendí nada. Me pareció una ciudad caótica. Abarrotada de todo tipo de signos culturales. Inasumible», dice. 

El escritor bebe un sorbo de agua y señala un ejemplar de Perverzión (Acantilado), el libro que resultó de aquella primera experiencia. «No sé qué ocurrió, pero cuando salí de allí me moría de ganas de escribir sobre Venecia. Tardé un tiempo en descubrir cómo hacerlo. Se ha escrito muchísimo sobre la ciudad», admite. 
Por aquel entonces estaba en mitad de Moscoviada y se resistió al impulso de empezar enseguida. Eso le ayudó, ya que le permitió armar una historia que tiene mucho (mal que le pese) de posmoderna y que transmite (formalmente) el carnaval (la dispersión) que sintió paseando por la ciudad que hoy considera poco más que «un escenario barato de una película de Hollywood». 

En cualquier caso, lo que resultó de «todas las vueltas» que le dio al tema fue un puñado de documentos (ficticios) de los últimos días de la vida de Stanislav Perfetsky, poeta, provocador profesional (es la clase de tipo capaz de entrar en Praga disfrazado de mujer, en una época en la que un acto así podía suponerte algo más que una bronca en comisaría) y héroe de la revolución ucraniana, que, supuestamente, viajó de Múnich a Venecia en coche para asistir a un congreso sobre El absurdo postcarnavalesco del mundo. 

Con semejante punto de partida, Andrujovich, un experto en la geopoética de todo aquello que tiene que ver con la caída del comunismo (y el absurdo: fundó el delirante grupo poético ucraniano BuBaBu), monta un desternillante collage (notas personales, documentos oficiales, entrevistas a tipos que lo conocieron) sobre los últimos días del poeta, que, acosado por las deudas, desapareció. Y lo hizo en Venecia. Estuvo hasta que dejó de estar. Se volatilizó. 

«Hay todo tipo de homenajes a historias ambientadas en Venecia. Desde La muerte en Venecia de Thomas Mann hasta los cuentos que escribió Edgar Allan Poe, que, por cierto, nunca estuvo en Venecia, pasando por las historias fantásticas de E.T.A. Hoffman», confiesa el autor. 

A Andrujovich no le entusiasman las etiquetas; de hecho, toda la novela gira en torno a la idea de que el prefijo post puede aplicarse a casi cualquier cosa, y no por ello dejará de ser menos absurda. «Es algo que se repite desde finales de los 80», dice, y añade: «Niego que mi obra sea posmoderna». «En Ucrania, que te consideren un autor posmoderno es casi un insulto. Por posmoderno se entiende cínico, frío y nada ambicioso, en el sentido de transmitir mensajes importantes para la sociedad. En Ucrania se cree que un autor posmoderno no aporta nada al pueblo», expone. Pero entiende que «de alguna manera tienen que considerarnos y si hubo una época en la que existían los futuristas, ¿por qué no llamar a los autores de hoy posmodernos?». 

Capaz de escribir una novela volcán (tan divertida como trepidante y explosiva) como Perverzión en tan sólo tres meses («la empecé el 13 de diciembre de 1994 y la acabé el 13 de marzo de 1995, poder escribir la última frase el día de mi cumpleaños fue el regalo que me hice a mí mismo», cuenta), Andrujovich considera que a la literatura ucraniana le faltan héroes con aspecto de personas reales. 

Esto es, «durante una época todo lo que podía escribirse en Ucrania era realismo soviético, y las novelas estaban llenas de falsos héroes, héroes de guerra, grandes científicos y trabajadores ejemplares; cuando todo eso acabó, se pasó de un extremo al otro y los héroes no eran para nada positivos, ofrecían una alternativa, sí, pero estaban olvidando que los personajes tienen que estar vivos y que la literatura no tiene por qué tener moraleja», cuenta. 

Sea cual sea el caso, ¿ha vuelto a Venecia desde aquella primera vez? «Sí. En dos ocasiones. La segunda me pareció más horrible que la primera. Salí de allí muy decepcionado, con la sensación de que todo el mundo quería mi dinero. Pero la tercera me reconcilié con la ciudad. Asumí que está hecha para el turismo y traté de experimentarla así, como un turista más. Funcionó».

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