Escuchar a Shakira es como orinar en la ducha

No deberías hacerlo pero es difícil resistirse. Un placer culpable, como limpiarse la lengua con el cepillo de dientes. Es tan impredecible, tan bizarra (por valiente) que cuesta ubicarla. Cuando canta, en Loba, eso de Tengo tacones de aguja magnética / Para dejar a la manada frenética, no sabes si estás ante una letra kitsch de intenciones fallidas o ante un juego de ironía que, de tan malo, da la vuelta hasta conseguir ser bueno. Y gustarte.

Lo único seguro es que la colombiana no necesita tener un podio en su casa. Gustará más o menos pero ha vendido 50 millones de discos, y subiendo. Despliega espectáculos sólo al alcance de las grandes. Ayer, en la Marina Sur de Valencia, no llenó como estaba previsto (por la tarde quedaban más de 5.000 entradas disponibles; las más caras, eso sí, se vendieron todas) pero montó un buen pollo: banda de ocho músicos, varios cambios de vestuario, 400.000 vatios de luz y 250.000 de sonido. Y ella misma, claro. Y sus caderas y sus pantalones con elastano. «Estoy aqui para complacerles, Valencia soy toda tuya», dijo en cuanto subió al escenario; «Que salga Piqué», respondió la gente.

El inicio del concierto demostró esa suerte de dicotomía creativa. Por un lado, sonaron Whenever wherever, en mash up con el Unbelievable de EMF y Te dejo (Ahí te dejo Madrid, con más sentido que nunca ahora que se ha convertido en la Yoko Ono del Barça); por otro, recuerdos de cuando todavía era (o casi) una chica de pies descalzos y sueños blancos, cantando Inevitable en acústico. Y con versos de esos que justifican el primer párrafo y casi todo un concierto: La verdad es que también / Lloro una vez al mes / Sobre todo cuando hay frío. Lo que es inevitable, vaya, es no sentir que de repente el estómago se pone blandito.

Con su melena habitual y su top dorado de paillettes, cantó Gipsy, Tortura, Las de la intuición... y también se permitió lujos como versionar a Metallica (Nothing else matters) en flamenco irlandés o así. Se le perdona por tener una canción como Gordita, pura autocrítica: Aúnque también me gustabas/ Cuándo estabas más gordita / Con el pelito negrito y la cara redondita / Y así medio rockerita. ¿Cuántas artistas son capaces de hacer algo así?

Y es que su último disco puede que sea una sucesión de politonos para todos los gustos (aunque en Loca colabora Dizzee Rascal, poca broma) pero el anterior, Loba, contaba con producciones de Pharrell Williams y un toque electropop nada despreciable. Uno de los mejores peores discos de 2009.

El problema es que llega el final del concierto y dispara Hips don't lie y el Waka Waka, así con metralleta... y empiezas a dudar de todo eso de la ironía y las buenas intenciones. Pura amalgama del Siglo XXI. Como ella misma canta en Octavo día: No habría otro remedio más / Que adorar a Michael Jackson, a Bill Clinton o a Tarzán. Y a Shakira, que aceptamos pues como un icono más del universo pop. No necesariamente musical. Auuuu!

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