El monte Calvario no es ningún montecillo

¿El Montecillo? ¿Qué Montecillo? Montecillo llamaron al Monte Calvario. La madre de todas las montañas de la cordillera del aburrimiento. El Montecillo casi nos deja a los periodistas sin escribir nada de la Corrida de la Prensa, que adelanta que es una barbaridad. No habrá existido edición más madrugadora en el calendario. Ni más plomo. Aunque la perspectiva de lo cercano suele borrar peores recuerdos. Si no se planta Iván Fandiño a últimísima hora, habría quedado en el ruedo la nada absoluta.

Felix Vázquez, el frutero más famoso del mundo entero, sostiene la teoría de que los toros se están amariconando por los piensos; yo creo que lo que quiere es colocar fruta a espuertas a los ganaderos de bravo. Pero su hipótesis, muy de la calle Ayala, se vino en parte abajo con los 622 kilos del basto sexto, sus cinco años y medios soberanamente alimentados y su juego agradecido y de agradecer.

Desconocido apareció en el ruedo sesteando, como se encontraba la peña en los tendidos. Un bostezo multitudinario. Las luces artificiales encendidas y la noche en los lomos. Precisamente, sobre el lomo de Desconocido cayó Rafael Agudo desde lo alto del caballo, levantado por la mole como si fuera una pluma. Sonará frívolo, pero el talegazo de Agudo se convertía para el vulgo en lo más emocionante que se había percibido en dos horas de sopor. La cuadrilla de Iván Fandiño resolvió con ligereza, efectividad y acierto. Bien Jarocho a los palos. Como una orquesta coordinada a compás. Fandiño pasó de darle estopa al toro y apostó. Prontó se encajó sobre la derecha, la mano del toro; el mentón hundido y acinturada la figura. ¡Coño, un ole!

Y otro y otro. Pausas y respiros entre series para administrarlo. Y la media distancia entre ellas. En son la faena, hasta que sonó la hora de la izquierda. La embestida distinta, más atropellada y bruta. Iván de Orduña insistió en gastar cartuchos por donde no era. De regreso al pitón fetén, a Desconocido ya no se le conocía como al principio. De uno en uno, y por colocación, Fandiño extrajo los últimos muletazos espléndidos. Escarbaba el toro, con la cara entre las manos. No fácil de matar. Pero el cañonero vizcaíno atacó con rectitud. Fulminante el espadazo, y puede que algo caído. Sin tiempo para verlo, rodaron los 622 kilos de mole como un fardo. La pañolada se desató y el presidente concedió la oreja que algunos pondrán en stand by o en el congelador. A la mayoría le compensó el tostón y a mí me salvó la crónica, así que ¡viva Fandiño!

Hasta este Desconocido sin final, no había embestido uno. Bueno, de una manera muy pastueña y sosita el segundo. No decía mucho y la expresión lineal de un templado César Jiménez tampoco. Entretanto, llamó la atención un quite de Fandiño con el capote a la espalda, más asemejado a la mariposa de Marcial que a la Gaonera de Rodolfo. Jiménez, el único que brindó a la Infanta Elena, la más taurina de la Familia Real después del Rey, se desesperó con el veleto quinto. Había cuello para descolgar, pero no empuje ni fondo. De humillar que no le hablasen al altísimo cuarto por pura morfología. A su altura El Cid lo toreó, salvaguardada la exposición, en derechazos de idéntico empleo que la embestida. Imposible nada con el rajado montecillo que inauguró la primera ladera. La del Monte Calvario que sólo subió Fadiño, pasando por encima de un descastado tercero de nula clase. ¡Qué cruz!

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