García-Alix premio a la fotografía

Andaba ayer Alberto García-Alix (León, 1956) diciendo nombres y números de teléfono en la sede de PhotoEspaña para los posibles invitados al acto de entrega del Premio más importante del festival fotográfico, que ayer le fue concedido. Ceesepe, la China Patino, Christina Rosenvinge... Fotografiados, amigos, compañeros de correrías de uno de los creadores más particulares e intensos de los últimos años de esta España estropeada.

«Un premio como éste es muy bien recibido», explica luego con su voz raspada, antes de subirse en la moto. «Es muy halagador, por las personalidades a las que se lo han dado [Nan Goldin, Martin Parr, Robert Frank...]. Pero a mi los premios siempre me dejan un lado más humilde, me hacen sentir extraño. En mis comienzos, nunca pensé que yo pudiera recibir algún premio. Empecé con muy poca conciencia del hecho fotográfico, no sabía lo que era ser fotógrafo».

Cuestiones como éstas suponen una revisión del álbum fotográfico persona. «Me da nostalgia. Mirar fotos es recordar, es volver a sentir el tiempo. La fotografía tiene siempre esa patina de melancolía», explica. También, la cosa ésta de la superación. «Yo soy muy curioso. Cada vez que cojo la cámara, el ejercicio fotográfico vuelve a comenzar. Me queda mejorar, porque hago muchas fotos malas (Se ríe). Me mueve el deseo de capturar una imagen que me guste, una imagen en la que creo encontrar la virtud de mi mirada».

Virtudes que en su caso tienen mucho que ver con los vicios de una vida al límite. «No soy una persona que me pueda desligar de mi presente para hacer fotos. Siempre he fotografiado alrededor de mi vida», apunta. «Hubo una época de mi vida que caminaba por la cuerda floja. Pero ya no, porque el cuerpo no me lo permite. Uno no deja las drogas, sino que te dejan ellas a ti y se buscan uno más joven», vuelve a carcajearse. Pero luego pone el gesto serio cuando compara aquellos años con estos. «La gente que lo está pasando mal ahora, por las circunstancias que sean, va a sufrir igual que se sufría antes o se sufrirá en el futuro».

Sí que ve un cierto amansamiento en según que aspectos. «A partir de los 90», recuerda, empezaron a asentarse las ideas políticamente correctas en favor del bien común. Pero ese bien común...», resopla. «Somos tan capullos que vamos a acabar prohibiendo los toros, la poesía de la vida. No es un problema de anestesia de la sociedad, sino de regulación. Y toda regulación implica una rigidez».

Y luego, claro, la coyuntura. Lo que pasa en la calle. Los negros nubarrones. ¿Tan negros como para que la cosa se vaya de las manos? «La violencia aterra, crea dolor... y más violencia. Pero esto que nos están haciendo no puede ser. ¿Qué crédito tienen las instituciones hoy en día? ¿La monarquía? ¿Las administraciones públicas? Lo que tengo es indignación, pero no la del 15-M, la mía propia, que es más potente. Y más que la indignación, la vergüenza ajena que siento al ver las noticias. Esto lo que es una estafa», proclama el fotógrafo.

Pero ahí está el arte como bálsamo a los males: «Mi trabajo se ha convertido en buscar una creación. Al principio no era así, pero ahora no tengo vuelta atrás; no sé hacer otra cosa. Me he convertido en un creador como me podría haber convertido en un fontanero. Para mí la fotografía es un espacio donde inventarme».

Un espacio sometido a muchos cambios que tampoco inquietan especialmente a este francotirador del blanco y negro. «Todos hemos visto mogollón de películas de ciencia-ficción en las que aparecían viajes al espacio. Pero lo que nunca hemos visto es al hombre fotografiándose constantemente a sí mismo. Y ésa es una de las características del mundo moderno», dice entre risas.

Tampoco le asusta el tema de la manipulación ni el de la propiedad intelectual. «Si el siglo XX fue el de la fotografía, el XXI será el de la fotografía retocada. Cualquier imagen que vemos es retocada y hay una gran falsificación en la fotografía de emociones», afirma. «Hoy, todo el mundo puede ser fotógrafo... si educa el ojo. Yo he tardado 35 años. En el fondo una forma de ver es una forma de ser. Y viceversa».

«Una imagen está para ser disfrutada, para ser vista», prosigue. «Veo muchas imágenes mías en la red, pero no me importa. Es más, es también muy halagador que esas imágenes se compartan y signifiquen algo para la gente».

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