Españoles con glamour

Son muchos, son discretos, y sólo los conocen los iniciados. Tienen alrededor de 25 años, cierta similitud con los «gremlins», y la pasión febril de la moda como tal, como el oficio de inventar, cortar y coser. Han aprendido los éxitos y fracasos de la generación que les precede, la del diseño; y han aprendido, sobre todo, que la moda no se hace con papel y lápiz, sino con tijeras e hilo. Su formación en escuelas de Artes y Oficios, o bien de Diseño y Patronaje (antiguamente llamadas de Corte y Confección), les acerca'a la materia textil con minuciosidad, y les forma en el conocimiento de los buenos trucos técnicos, que son la base de la realización de un traje: línea, volumen y caída. 

A principios de los años 80, los diseñadores japoneses iniciaron una revolución radical, la del diseño puro y conceptual, matemáticamente expresado por la asimetría y el corte tajante que convierte al traje en una entidad en sí misma, alejada de cualquier función y color. Fueron los primeros en aniquilar el sentido práctico de la moda, elevándola a la categoría de expresión conceptual. El mensaje fue lanzado desde Japón, vía París, y en aquellos tiempos fue demasiado duro para la sociedad occidental, acomodaticia y muy poco interesada en la transgresión que la exótica disciplina japonesa estaba proponiendo.

Sin embargo, algo empezó a ocurrir, y una vaga luz se encendió para unos cuantos diseñadores europeos, muy jóvenes, en busca de raíces y de autenticidad, que identificaron el aspecto visual y físico de la moda japonesa con el misticismo, la elegancia de la humildad, y el intimismo provinciano de una supuesta Europa de entreguerras. Una tópica estética neorrealista, simulacro perfecto de espiritualidad doméstica que, en los tiempos que corren, los diseñadores de vanguardia enarbolan como bandera de protesta. Los japoneses, mientras tanto, prosiguen en su lenta, pero segura, revolución. 

Y aquí, la moda de vanguardia actual, iniciada en el 84 por el talento generoso y valiente de Sybilla, ha generado a unos diseñadoresmodistos que, liberados de la abstracción, se aproximan velozmente a una imagen concreta: la del traje de los domingos en las fiestas del pueblo, recios, elegantes y primitivos, como los de David Valls; la de tomar el té en el boudoir de las viejas tías, comentando el encanto de Madame Bovary envueltos en organzas y flores secas, reivindicación de Zamudio, que intencionadamente sitúa la escena en el underground cosmopolita de la gran ciudad; la de coger flores en el campo y la austeridad monacal de un existencialismo definido en los pliegues de las túnicas de Josep Font y Luz Díaz; o bien la imagen de austero glamour y de la delicada Costura de las mujeres propuestas por Luis Devota y Modesto Lomba, urbanas y mundanas. 

Ante estas tendencias, uno tiende a preguntarse dónde está la vitalidad, la alegría, el estilo y la sensualidad, dónde está la seducción... Hay que atravesar el traje para encontrar estos elementos en la persona misma. En cualquier caso, el misterio se resolverá antes del año 2000.

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