Matriculándose en la Facultad

Había antes un bedel antipático y malencarado en la secretaría de la Facultad, en la ventanilla de sobres de matrícula. No sé si seguirá habiéndolo. Por si acaso no digo qué facultad. Si por él hubiera sido, nos habría examinado antes de vendernos los sobres. «Porque me contengo, que si no...», comentaba a sus amigos.

Si no, hubiera aprovechado su puesto de administrador del monopolio de sobres para vendérnoslos a precio de oro, o hubiera elegido él mismo a quién vendérselo y a quién no. iQué se yo qué hubiera hecho! ¿Por qué esa mala leche cuando íbamos a comprarlo? Cualquiera diría que le daban comisión por cada sobre no vendido. ¿O acaso creía que no lo íbamos a poder pagar? iPobres de nosotros, pobres y con aspecto de serlo. Recuerdo que un compañero, airado, le llegó a espetar: «¿Pues sabe lo que le digo? iQue se va a quedar usted con su sobre!», pero después de eso se tuvo que callar, y se le notó avergonzado por no poder seguir «porque lo vamos a comprar en el puesto de al lado». Estaba el hombre descontento, y es natural, porque su misión era tan evidente que nunca podía decir «en la otra ventanilla» cuando alguien acudía a él a comprar un sobre.

Un funcionario que no puede decir de vez en cuando «en la otra ventanilla» se deprime, se siente un ser inútil. Afortunadamente, a veces, algún despistado le preguntaba algo sobre cómo rellenar los impresos o dónde entregarlos. Le brotaba al hombre entonces una maliciosa sonrisa de satisfacción y, con un gesto hosco de felicidad, cargando su mal humor, le despachaba de malos modos con el ansiado «eso, en la otra ventanilla», y luego retrocedía la mirada para ver dónde acababa la cola, bastante lejos del mostrador. 

Aducía que «sólo quería preguntar una cosita», para ver si el último le dejaba pasar, pero en vano. La mayor parte de los alumnos que forman cola en una secretaría sólo quieren un dato, una aclaración... i nadal. Los otros van simplemente a entregar el sobre, incompleto casi siempre por no haber preguntado en su día la duda que tenían, por no ponerse a la cola. Cuando los secretarios les repasan la matrícula papel por papel, les atienden y les explican todo con amabilidad y generosidad de tiempo. Los otros estudiantes, los que esperan cola y quieren que loa secretarios sean amables cuando les atienden a ellos, recuerdan con añoranza al bedel malhumorado. Quizá no fuera tan malo eso. Su falta de cooperación evitaba que se le acumularan colas de cinco o seis personas. Aunque, por otra parte, también es verdad que cada uno se tomaba su tiempo, ya que compraba los sobres al por mayor, para toda la clase. Todo por no tener que ver al de la ventanilla, que les daba miedo, no sé por qué. La mala fama. 

Sin embargo, no voy a dejar de dar las gracias a ese bedel. No por lo bien que nos haya atendido, sino porque alguien más comprensivo que él se da cuenta, veces, de lo que supone estar detrás de una ventanilla vendiendo sobres sin parar. No es fácil atender a miles de estudiantes hambrientos de información, dubitativos y escandalosos que no son capaces de esperar con la paciencia que él querría.

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