La última reina de Francia

La viuda del ciudadano Luis Capeto fue separada el uno de agosto de 1793 de lo que quedaba de su familia Elizabeth, su cuñada y sus hijos: la futura duquesa de Angulema y Luis Carlos Capeto, ex Delfín de Francia como paso previo al proceso en el que iba a ser sentenciada primero y juzgada después.

Al salir de la cárcel del Temple, donde había estado encerrada hasta entonces, María Antonieta Josefa Juana de Lorena tropezó con el quicio de la puerta. Todavía le costaba inclinar la cabeza, acostumbrada durante tantos años a tenerla siempre enhiesta:

Ya nada puede hacerme daño respondió al guardián que le preguntaba, solícito, si se lo había hecho.

Otros explican este accidente por la precipitación, gozosa casi, de ver, por fin, una solución a su larga tragedia: la muerte, porque la inscripción de entrada en la Conserjería equivalía a una partida de defunción.

Por esa casa de la muerte habían pasado duques, príncipes, condes, obispos, burgueses, y ahora se encerraba en ella a la ex reina de Francia. Era una época en la que cualquier extravío de opinión se convertía en delito capital, y los presos de la Conserjería salían por la noche de sus calabozos para entretenerse con macabras parodias de su propia tragedia, representando sus juicios ante el Tribunal Revolucionario y remedando la inevitable guillotina porque ninguno era jamás declarado inocente con escalofriante realismo. El ejecutado volvía luego del infierno envuelto en una manta, y contaba los tizonazos que allí le daban, profetizándoselos de paso a sus inicuos jueces. Todos volvían a sus lóbregos calabozos en cuanto amanecía, y sus carceleros, al despertar, les encontraban dispuestos a emprender mansamente el camino de la guillotina que con tanto detalle habían ensayado.

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