Miró y la justicia

La justicia a tiempo es justicia. La justicia rancia se convierte en venganza, degenera en resentimiento, sin serlo. De ahí el olor rencoroso de los viejos legajos que esperan juicio en los juzgados. Lo de Pilar Miró, que en su día fue justo, ejemplar y correctivo, hoy queda como rencor del Estado, y el Estado, que es una abstracción, no puede permitirse tener rencores.

Fuí de los que más y más temprano (y más tarde) escribieron contra una Miró que se debatía entre el confesado gusto por el mando (muy de una feminista) y la inconfesada debilidad ante una ropita Loewe, que es lo que para nosotros las hace más femeninas y encantadoras. El ministro Semprún acertó entonces al diagnosticar que Pilar Miró no distinguía entre lo público y lo privado. Sólo que le faltó hacer soluble el caso entre lo femenino general, con lo que habría disminuído la culpa particular de la Miró y establecido una nueva y sugestiva teoría sobre el «segundo sexo».

Telecinco va a echar ahora La Romana, de Moravia, aquella novela que leíamos los adolescentes de los cincuenta con temor y temblor. Ahí tenemos, en ese personaje de Moravia, gran creador de mujeres, un caso de indistinción entre lo público y lo privado. La romana roba en las tiendas (vestidos, naturalmente), incluso sin necesidad ni ganas.

Moravia viene a decir que roba por robar. Semprún lo ha explicado mejor. Roba porque no distingue entre lo público y lo privado. De ahí que toda mujer, dadas las circunstancias, pudiera llegar a la prostitución sin romperse ni mancharse, cuando falta en ella la distinción entre público/privado, incluso si se trata de su propio cuerpo. Casi toda mujer puede llegar a entender su cuerpo como un servicio público, y esto lo digo a favor, y en contra de la unicidad masculina, que nos tiene tensos, crispados y como maniatados por nosotros mismos. Somos, los machos, Sísifo y la piedra en una pieza. Somos Prometeo y su roca incorporada, también en un todo muy decorativo, más el cuervo que nos come del costado. El cuervo de la ingente vanidad/timidez masculina.

Quizá desde estos fundamentalismos macho nos indignó el caso/Pilar, que me sigue pareciendo impresentable políticamente, I'm sorry, pero que de viejo (ha pasado tanto tiempo, y el proceso erre que erre) comprendo sentimentalmente. Semprún acertó con aquel diagnóstico público/privado, pero lo utilizó en sentido contrario, porque así le convenía a él y al Gobierno. O a Guerra o a la Virgen, me da igual. Quiero decir que era una eximente psicológica a más de un buen análisis del alma femenina (generalizando, siempre generalizando). Por eso mismo la mujer se desnuda en público con mucha más naturalidad que el hombre, y su carne es muy atuendaria, mientras que los machos, que no tenemos nada que enseñar, preservamos nuestras miserias ceñudamente.

No hay culpa que cien años dure sin transformarse de culpa en disculpa, y disculpa está siendo ahora, deliberada o casualmente, que eso no lo sabemos, lo de la Miró, para establecer una implícita simetría Pilar Miró y Juan Guerra , simetría que de alguna manera favorece al hermano de don Alfonso. Hablamos mucho estos días los periodistas de la diferencia cuantitativa entre sendos trapicheos, pero a uno, más que el volumen en pelas, le interesa lo cualitativo. Cojamos por la palabra a Semprún: Pilar no distingue entre lo público y lo privado. Juan Guerra, sí. La prueba es que Pilar hacía su pispa a ojos vistas (es un poco mechera, como la adorable Romana), y Juan ha utilizado siempre gafas y agendas negras para callar su alijo. Una Pilar degradada, a quien se arrancaron los galones ante toda la oficialidad/PSOE, es ya una Mata-Hari/Marlene, heroína de su mejor película. Hoy el proceso apesta a celuloide rancio.

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