Los aztecas con la música alternativa

Que el método natural de ampliar el mercado musical es cruzando el charco y estableciendo una buena base en Latinoamérica es algo que los grupos españoles conocen ya hace mucho tiempo. También suele ser común que grandes estrellas del pop mainstream mexicano del calibre de Luis Miguel, Thalía o Maná se hagan un hueco en España a base de grandes campañas de mercadotecnia orquestadas por sus discográficas.

Lo que no solía ser tan habitual es que figuras del panorama musical alternativo del país azteca desembarcaran en nuestro país y alcanzaran un considerable éxito entre el público. Esa tendencia pareció iniciarse con el fenómeno protagonizado por Julieta Venegas quien, por cierto, este año será una de las cabezas de cartel de Festival de Benicàssim. También han seguido ese mismo trayecto con suerte desigual nombres como Molotov, Volován, Motel, el colectivo Nuevos Ricos y en los últimos años Zoé.

El quinteto de Cuernavaca comandado por León Larregui, va ganando adeptos en cada una de sus incursiones por territorio ibérico, avalado por sus colaboraciones con artistas de la talla de Enrique Bunbury o Vetusta Morla. Anoche se presentaron en la madrileña sala Joy Eslava, en uno de los habituales Secret Shows auspiciados por Vodafone, donde ofrecieron 15 de los temas que conforman su inminente entrega discográfica Unplugged, en la que repasan en clave acústica los mayores éxitos que han logrado a lo largo de sus 14 años de carrera. Aunque lo que ofrecieron anoche nada tuvo que ver con lo acústico y sí mucho más con lo ultrasónico que aporta al pop elementos de la electrónica y la música de baile.

Arrancaron pasados veinte minutos de las diez con una hipnótica intro, seguida de unos solos de batería y teclados que anunciaron la salida a escena de Larregui como la estrella indie que es. Con un cierto aire al actor Vincent Gallo y vestido con camisa naranja de estampado floreado, el cantante inició su repertorio con No hay dolor, acompañado por Sergio Acosta a la guitarra, Ángel Mosqueda al bajo y los teclados, Jesús Báez a la programación y teclados y Rodrigo Guardiola a la batería.

Zoé sacan en directo el máximo partido a su capacidad para construir canciones con identidad propia y a la vez plagadas de numerosos referentes del pop y el rock anglosajones. En su catálogo pueden intuirse desde a Depeche Mode hasta a The Stone Roses, pasando por coros en falsete en la línea de unos MGMT, la oscuridad bailable de Editors o Interpol o la heterodoxia propia de Radiohead y The Cure. Todo ello bien tamizado por su particular forma de crear melodías e historias de desencuentro interior en sus letras.

Una parte considerable de los parroquianos que les aplaudieron formaban parte de la colonia mexicana en Madrid, a juzgar por las banderas que lucían. A ellos y al también numeroso público español supieron metérselo en su terreno con un concierto bien estructurado en el que hubo momento para bailar (Reptilectric, Vynyl) y también para emocionarse (Últimos días, No me destruyas). Por supuesto, su momento más celebrado fue cuando interpretaron Nada, su canción más conocida aquí, ya que en su día la grabaron junto a Enrique Bunbury.

El solvente espectáculo musical estuvo además envuelto por unas impactantes proyecciones sobre una enorme pantalla que ocupaba la parte central del escenario y que reproducía formas simétricas y fractales de las que habitualmente se emplean para sesiones de música electrónica.

Peldaño a peldaño, sin prisa pero sin pausa, Zoé prosiguen su escalada hasta establecerse sólidamente como la alternativa mexicana en la escena independiente.

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