Una penosa y larga enfermedad

Lo leo, todavía, en la necrológica de un hombre relativamente ilustre: «falleció tras larga y penosa enfermedad». O sea, de cáncer. El cáncer, con el corazón y la carretera, es una de las tres causas de muerte más frecuentes entre nosotros: las tres «ces» fatales, las tres desgracias que no graciasque llevan a la tumba al hombre contemporáneo. Cuando un hombre célebre muere en carretera, la información así lo consigna sin maquillaje alguno.

El antipático infarto tampoco conoce el eufemismo ni la componenda. Pero el cáncer todavía se oculta y se desfigura bajo la máscara de una «larga y penosa enfermedad». 

¿Por qué? Cualquiera diría que el cáncer es una enfermedad vergonzosa, una dolencia que culpabiliza a quien la sufre, un fruto del vicio o de algún desorden del comportamiento que más vale tapar, una enfermedad moral que sólo atañe a quienes viven con desdoro o de forma ignominiosa. Parece que el cáncer manchara, que fuera contaminante, que trajera oprobio y desprestigio al difunto y a su familia como si fuera, y tampoco, una enfermedad venérea, o un disturbio grave de la razón, o el efecto de haber sucumbido a las drogas o al alcohol.¿Por qué pesa sobre el cáncer, todavía, un manto negro que lo confunde, en un colectivo inconsciente diluido, con una especie de castigo divino? ¿Por qué el cáncer, hoy, es todavía como la lepra medieval, que parece que afea, no ya el cuerpo sólo, sino el alma de quienes lo padecen? 

Es absurdo utilizar el eufemismo: «larga y penosa enfermedad». Toda enfermedad que devenga mortal es, en principio, penosa.. Porque, si no lo es para el cuerpo, en razón del sufrimiento físico que procuré, lo es para el espíritu, que intuye o sabe que el reloj de la vida da sus últimascampanadas. Y, si la enfermedad no es larga en la fase que va de su manifestación a su resolución, la vida es, en conjunto, la larga enfermedad, universalmente compartida entre los vivos y sólo los vivos pueden enfermar, que inevitablemente conduce a la muerte.

La vida es, además de, por reciente estadística, larga, en muchos casos penosa, por lo que hablar de «larga y penosa enfermedad», a propósito del cáncer, es como aludir a algo más tautológico que innombrable, a algo que no exige ser ocultado ya que difícilmente puede; en buen lógica, estar teñido de oscurantismo lo que no está exclusivamente reservado a quienes contravienen, por licenciosidad o indecoro, una norma general. 

El hombre relativamente ilustre murió, pues, de cáncer, y, siendo como fue un hombre relevante en tantos frentes, el destino le reservó para morir un instrumento difundido y cotidiano. Dígase, por tanto, de qué murió y aléjese la imagen del cáncer de la nebulosa de lo compremetedor.

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