Que es la música chochi

Clara deja caer la cabeza sobre el váter. La diadema con forma de pene, que la identifica como casadera en vísperas de boda, sirve también para amortiguar el golpe. Vomita. Luego levanta la cabeza entre hilillos de baba y se mira en el espejo. Su cara está terriblemente borrosa, pero aún así se puede distinguir el contorno de la corona. Porque Clara ha sido reina por un día.

Horas antes, ella y sus amigas se miraban extrañadas frente a la puerta de una crepería. Ella le lanzaba rayos por los ojos a Graciela, autora de la feliz idea de ir allí a celebrar su despedida de soltera. «Que sí, tía, que me han dicho que es un sitio genial, con travestis y todo eso, que te lo pasas superbien y cantas, y te ponen música chochi, que yo no sé lo que es, pero que vamos, que seguro que es música de Goldfinger. Va, tía, que seguro que está bien». Y ahora Graciela mirando para otro lado, como si nada. Y Clara, pasando frío, justo el día más feliz de su vida. Ella, que sólo quería disfrutar con sus amigas en una noche tan especial, que hasta se había comprado la diadema picarona y....


De repente, de una puerta aledaña a la crepería surgió la anaranjada figura de Reina. Resplandeciente, enorme y sonriente, la drag queen las invitaba a entrar con un gesto de muñeca.

Reina por un día es un espacio que sigue con la moda de las cenas con show -con chou, habría que decir- de otros locales como Gula Gula. Pero lo que distingue a Reina por un día -que se transforma en Rey por un día si la ocasión lo requiere- es que es un restaurante interactivo. Estos dos términos juntos, que a Clara no le pegaban mucho, quieren decir que la velada no se limita a sentarse delante del plato y empujar las viandas para dentro con pan y bebedizos.No. Hay que licuarlo todo.

Y ahí es donde entran Reina y sus compinches. «Lo que nosotr@s intentamos es que quien venga aquí compita por ser el rey o la reina de la noche. Para ello, subimos a la gente al escenario para cantar, bailar y, bueno, lo que sea con tal de que tengan su momento estelar». La competición suele darse entre despedidas de soltero o de soltera, aunque la llegada de las fiestas navideñas cambia la fisonomía del público por las entrañables, deprimentes, demoledoras, evitables y gargantuescas cenas de empresa. Lo que propone Reina por un día en la campaña navideña es que Martínez, el de las fotocopias, cumpla al fin su sueño de calzarse unas medias de rejilla. O que los empleados mitiguen sus ganas de asesinar a don Faustino, el jefe de la fábrica de alfajores, tras comprobar su maestría en el excelso arte de cantar playback de Raffaela Carrá.

«Además», prosigue Reina con su explicación, «disponemos de un espacio para striptease masculino y femenino, y también para privados individuales. Y para los que quieran seguir hasta la madrugada, tenemos una discoteca a la que muy amablemente les llevamos. Allí hay más espectáculos, con gogós y actuaciones en vivo de drag queens. También tenemos artículos de sex shop y merchandising».

Clara y sus amigas, llegadas de Huesca para la ocasión, se encontraron de repente sentadas junto a otros grupos de potenciales peligrosas como ellas. Antes de que pudiese darse cuenta, una maquilladora del equipo Shaigon.com la sentó en una silla y empezó a aplicar colorines de fantasía por su cara.

Estaba Clara pensando en cómo la estarían dejando, mientras sus oscenses amigas leían la carta, cuando se le ocurrió abrir un ojo. Y vio que ella no era la única reina o aspirante. En férrea competencia estaban La Roci, diablesa custodiada por un grupo de compañeras encamisetadas. Luego Rita, a la que habían ataviado en plan enfermera destroyer («Y eso que ésta llega entera», carcajeaba la más fiestera de sus acompañantes a la vez que se atragantaba con un canelón). Un poco más lejos grupos de amigas -jovenzuelas unas, casadas o divorciadas las otras-, sin nada que perder y que por eso mismo podían hacerse con la noche. Mmmm... y por el rabillo del ojo aparecía una pareja de chicos con los ojos muy abiertos, escoltados por la amiga-carabina-candelabro que, ahora quedaba claro, les había montado la encerrona.

-Graciela, tía, ¿dónde encontraste este sitio?
-¡Viva Huesca! ¿Qué dices, tía?
-Nada, nada. Mira, el camarero, vamos a pedir una...
No, mejor que no. La temblorosa figurilla que aparecía en ese momento sostenía dos enormes jarras de sangría con un pulso que no era precisamente de robar panderetas. Dos gruesos ceniceros por gafas y una mirada extraviada completaban un retrato nada halagüeño. Sus movimientos a la hora de servir el cóctel hispánico -el combustible que necesitaban estas hembras y cualquier rey o reina por un día que se precie- eran seguidos con pavor por la mesa. La catástrofe rondaba entre sus manos. Sergio, se llamaba.

Para acabar la escena, Reina presentaba en ese mismo momento a Shai-gón, la drag anfitriona (Drag Hostess, en lengua trasformí) que irrumpía a ritmo de Alaska repartiendo unos simpáticos papeles entre las mesas. Clara atrapó uno al vuelo y vio que se trataba de un contrato atípico en que una de las partes (o sea, ella) se comprometía a «hacer lo que sea para conseguir ser rey o reina de la fiesta», así como «a ser el centro de atención de su mesa y a seguir al pie de la letra las indicaciones de la Drag Hostess».Y más abajo: «Los amigos y amigas del aspirante a rey o reina deben esforzarse en dar la sensación de que les encanta que su amigo se convierta en rey o reina, mostrando su felicidad continuamente, aplaudiéndole, coreando su nombre, sin envidias ni malos rollos.Se aconseja una media sonrisa toda la noche». Bueno, por lo menos este contrato no dice nada de pactos con Belcebú, misas negras, o (peor) hipotecas...

Y para acabar con el zoo, Plexy, toda plataformas y giros imposibles, que surgió de las cocinas a ritmo del Se dice de mí, de Betty la Fea. Roci, Rita, Clara y las demás miraban con envidia su agilidad con las botas-zanco, hasta que abrió su sucia boca.«¿Qué tal estáis? ¿Bien? Pero decidlo como si fuera un orgasmo.Uy, pues sí que estáis frígidas. Claro, todo el día en la Casa de Campo. ¿Y esos dos hombres? Van con ella. ¿Y tú que haces? Ella mira, seguro. Diga que sí, señora, ríase [señalando los pechos], que se le mueven los neumáticos».

Si usted o sus amigos son de los que detestan los gritos y cánticos en las cenas, si aborrecen los ropajes humillantes o si las despedidas de solter@ les parecen lo peor, seguramente no pondrán un pie en Reina por un día a menos que vayan engañados. Nada de alta cultura, ni de música de gourmets. Pero aquí no hace falta nada de eso porque la testosterona se deja en casa. Es mirar a esa jauría de mujeres -la pareja de chicos se achanta en una esquinita: «No es nuestra guerra»- que devoraría a un hombre despistado si pasase por ahí -y en efecto, casi lo hace cuando uno de los camareros se quita la camiseta y coge en volandas a Roci-, y comprenderlo todo. Mientras las reuniones de hombres son una competición de superioridad testicular -a ver quién es más hooligan o quién es capaz de desmontar mis hábiles argumentos sobre el lenguaje fílmico de Polanski-, las chicas, sencillamente, se lo pasan mejor. Vamos, que si no lo es ya, hágase mujer cuanto antes.

Se sucedían los besos y abrazos, se quemaban las córneas con los flashes de las cámaras digitales, se colapsaban los pasillos por los bailes espontáneos... Y Plexy que seguía a lo suyo. «A ver Roci, ven pacá. ¿Estarás contenta? Porque no había ni Dios que te casara. Como te gusta el arroz pegao... Y ahora que salga Isabel, que tiene nombre de atún. Así que sois un grupo de amigas que habéis dejado a los maridos en paz. O sea, que están siempre dando por...».

Plexy no tuvo que convencerlas mucho para ponerlas en pie a cantar Pasión de Gavilanes. No podía faltar el grito de guerra para el pincha -desterrado al ala oeste de la crepería-: «¡Un, dos, tres, disc-jockey, nos la metes!».

Clara estaba abrumada. Por un lado, las tres drags enseñando una nueva coreografía para Sex Bomb («teta, teta, culo, culo, y fingimos un orgasmo; ejem, aunque aquí hay alguien que no lo consigue desde el 82»), luego Sergio que sacaba a bailar a Isabel disfrazado de Pantera Rosa, las de Roci montando un jaleo flamenco («¡Ah! Cuidado con los bolsos, que éstas son de La Rosilla»), Sergio que volvía a aparecer con un mandil pornográfico ¡y sin nada debajo! ¿Qué está pasando aquí? «Las bebidas no llevan nada raro. ¡Las bebidas no llevan nada raro! Y la comida tampoco, eh», advertía Shai-gón.

Salían al escenario las chicas de Getafe («¡Qué bien! De la costa marrón: Getafe, Móstoles y Alcorcón») y Clara se empezaba a dar cuenta de que las fotos jamás llegarían a reflejar lo que es una noche en Reina por un día. Tal vez absorta por estos pensamientos o por el rosado nalgar de Sergio -cada vez más revolucionado-, Clara no se dio cuenta de que Plexy la llamaba. «¡A ver! Que venga la amiga bollera de Heidi». Era su oportunidad y no la desaprovechó. Daba igual que alguna bailase ya levantando la falda o intentando subirse a las mesas -cosa que finalmente se consiguió-, que las drags confesasen que Sergio era un actor infiltrado -también se pueden elegir camareros ligones, amigas clónicas, yonkis...-, que Shai-gón fuese todo un motero y que Plexy acabase de ser papá.

Clara empuñó el micro y cantó una jota como un torrente. «Lo que no pase aquí, no pasa ni en Gente Joven, sección cantos regionales», musitó Shai-gón. Y es que Clara acababa de descubrir que reina no se nace, se hace.

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