Bolsos monos de la revista Garbo

Primero fue lo de customizar. Se trataba de añadir a la ropa adminículos y adornos con el objeto de personalizarla. Unas lentejuelas, unas florecillas de tela, unos petachos de cuero, lo que fuera, cosidos por el propio interesado, podían añadir a la camisa, pantalón o cazadora comprados en la tienda de la esquina un toque distintivo, particular y creativo. El beneficiario se separaba con ello del carácter idéntico y seriado de la vestimenta general, añadiendo un rasgo subjetivo y enriquecedor, sintomático de una visión singular y diferenciada de las cosas. Las calles están llenas de vestimentas y complementos customizados.

Esto de la customización, como casi todo, no es de ahora. Las abuelas de las actuales customizadoras no paraban de customizar, pero por otras razones. Para aprovechar y para ahorrar. Con dos batitas frescas de verano que ya estaban para el arrastre se las ingeniaban para hacer a la niña, o para ellas mismas, una faldita mona con dos bolsillitos, y así no había que gastar en tiempos de penurias. O cosían un ramito de flores secas a un bolso que les gustaba mucho y no sólo tapaban un siete que se les había hecho en la tela, sino que lograban un plausible parecido entre su bolso y otro muy mono que le habían visto a Brigitte Bardot en una foto del Garbo.


Ahora se ha puesto de moda tunear los coches y las motos, y eso viene a ser algo parecido a lo de customizar. Se trata también de quitar y sobre todo poner, añadir detalles embellecedores y molones a la carrocería y a lo que haga falta del vehículo a fin de que coja un aspecto diferente al que rutinariamente trae de fábrica.

Tiene uno la impresión de que esto tampoco es nada nuevo, que lo hacían los chavales de los 50, los rebeldes sin causa a lo James Dean, los rockeros con brillantina a lo John Travolta en Grease. La brillantina, como los viejos tatuajes -que han vuelto hace rato- , no son, como tantos tintes y maquillajes, sino una forma de customizarse y tunearse el cuerpo.

Uno ve en todo esto un desmedido afán por distinguirse y, en efecto, personalizarse con el trágico resultado, como tantas veces ocurre con las modas, de que millones de personas hacen lo mismo a la vez, lo cual que esa búsqueda de la individual identificativa se convierte en un acto de comunión de masas.

Hay otra interpretación de la customización y del tuneo, más ideológica, que conecta el fenómeno con otro muy de nuestro tiempo: los credos a la carta. Uno acepta, de base, una ideología, una religión o los principios de un partido, pero no queriendo la cosa tal cual es, sino deseando que sea más según el propio gusto y conveniencia, quita esto de aquí y agrega aquello por allá del muestrario o bufé de elementos disponibles. Así, hace años que tenemos un socialismo customizado con resultones apliques capitalistas o, ahora mismo, un catolicismo -sobre todo, entre los jóvenes- tuneado con atavíos protestantes y hasta ateos. Y todo queda muy de conformidad con el gusto de cada uno, y ya está.

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