Cuando Rebeca de Mornay salía con Tom Cruise

Tan sólo dos nombres, Lana Sharp y Peyton Flanders, los de las protagonistas de Risky Business (1983) y La mano que mece la cuna (1992), resumen escuetamente la biofilmografía de Rebecca DeMornay (Los Angeles, 1961), una actriz que se convirtió en estrella en aquellas dos ocasiones, que quizá no supo rentabilizar adecuadamente. 

Porque la rubia de la cicatriz en el labio superior -a su izquierda- no ha sabido, o querido, evolucionar gran cosa en trece años de carrera de sus trabajos en personajes reiterativos de fría dominatrix, de aspecto puritano encubridor de magmas volcánicos interiores. Ha dejado un par de trabajos memorables retratando espíritus gentiles como la tímida ama de casa texana de El viaje a Bountiful (1985), junto a su maestra y amiga Geraldine Page; y como la valerosa madre luchando postnuclearmente en el día después de Testament. Divorciada del guionista Bruce Wagner (Escenas de la lucha de clases en Beverly Hills y tras dos publicitados romances con Tom Cruise y Leonard Cohen, además de un breve interludio en el plató de Nunca hables con extraños, con Banderas, DeMornay estuvo en Madrid para hablar de la película en la que debuta como productora. 

En la película hay numerosas referencias a Vértigo. ¿Considera que, de alguna manera, encarna las características de las heroínas hichcockianas? RESPUESTA.- Es divertido que lo diga, porque cuando acudí con La mano que mece la cuna al Festival de Deauville hace unos años, presenté al director de la película, Phil Joanou, medio en broma aunque pensándolo muy seriamente, como un Hitchcock para los 90». Y cuando me vi por primera vez en aquella película, pensé que él me había logrado presentar como una especie de Grace Kelly psicótica». P.- Entonces, ¿sigue siendo su máxima referencia artística la actriz británica Vivien Leigh? R.- Es muy grato que lo recuerde.


No sé como contestar esto ahora, porque, aunque antes lo conseguía, hace tiempo que ya no consigo ser lo suficientemente objetiva conmigo misma para hacerlo. P.- ¿Continúa intentando, a través de sus personajes, iluminar la condición humana, como expresó al comienzo de su carrera? R.- Esa es aún mi intención. Y he dado un paso más interpretando a Sarah Taylor, la protagonista de Nunca hables con extraños. Hice mi preparación para el papel en un hospital dedicado a enfermedades mentales, exclusivamente a desdoblamientos de personalidad. P.- Ha debutado como directora, con un capítulo de la serie televisiva Outer Limits. R.- Es la primera vez que lo he hecho y ha sido un mediometraje de 46 minutos. Fue una experiencia curiosa, porque todos me avisaron de que estaría muy asustada y me animaron para que no me preocupara. Pero, aunque pueda parecer extraño, no estuve asustada ni un minuto. He estado mucho más asustada cada día de los últimos 13 años, cada vez que me he puesto delante de una cámara. Algo en mi naturaleza me hace estar muy tranquila cuando dirijo. P.- ¿Cree que existe algún vínculo en común entre las heroínas que ha retratado? R.- El único elemento común que veo es que mi corazón estaba ardiendo para cada una de ellas. El hecho es que no puedo interpretar un personaje si no consigo amarle desde el principio.

Tatuado, empulserado y con ceñidas prendas de cuero. Los gestos exagerados y esa caída de párpados que él debe creer letal, metido en la piel del puertorriqueño Tony Ramírez, Antonio Banderas vuelve a repetir en Nunca hables con extraños el cliché del hispano sexy y ardiente que creó por primera vez para el furioso mariachi vengativo de Desperado y repitió con el histriónico mercenario a sueldo para Miguel Bain de Asesinos. Rodada en Canadá y bajo la batuta del prestigioso director teatral británico sir Peter Hall, Nunca hables con extraños es, aparentemente, la película que Banderas consideró lo suficientemente importante como para dejar «tirado» al director Julio Medem y no aceptar un papel en Tierra. Nunca hables con extraños es la enésima versión de la predecible y manoseada historia con sociópata, gatos que conocen al asesino, seres perturbados y otros, aparentemente normales -pero que no son lo que aparentan- vecinos inquietantes, cuestiones freudianas, sexo de manual y abusos infantiles.

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