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«Yeltsin es un frívolo, un borracho y un mujeriego, un desastre que puede inducir al caos». Hace algunos años, a su manera rozó la profecía de la «perestroika», en su definición del euroco munismo. Aquel trabajo era la suma de la experiencia y sabiduría de toda una vida dedicada a la conspiración política. Era poco. Las transformaciones operadas por el vendaval han sido tan vertiginosas que les ha pillado en calzoncillos. «Tenía un libro casi terminado el otoño pasado y lo tengo en un cajón porque se ha quedado viejo». 


No ha perdido reflejos: «La unidad alemana tiene un peligro de la hostia». Supongo, que la píldora no es ajena a la lectura de aquella «Ideología Alemana» que tanto unió a Marx con Engels. Tiene razón cuando dice que los derrotados de la última gran guerra, son ahora los vencedores. «No sólo Alemania y Japón, también Italia. Todo lo que no han gastado en armamento porque lo tenían prohibido, les ha servido para financiar su progreso». Lástima de Plan Marshall que nunca alcanzó a España. Le dejo envuelto en el humo de su único vicio conocido. Si tuviera que anotar una impresión, escribiría esto: «Ha renunciado al cambio, aunque sigue reconociéndolo en sus palabras». Así hablaba V.I. Lenin en su polémica con Kautsky. 

Eran otros tiempos y el «viejo topo» se preparaba para su examen de Historia. Hoy sabemos que suspendió.

«No hay dolor que cien años dure», declaman con suficiencia los paralíticos emocionales, algunos ancianos sabios y cínicos y los que militan en aquella súplica terapéutica que propuso Oscar Wilde («Señor, líbrame del dolor físico, que del moral ya me encargaré yo»). Los suicidas están de acuerdo con ellos. Los incontables inocentes que mueren en cualquier guerra, también. Los telespectadores compulsivos, los morbosos y los que se plantean como una obligación moral el seguimiento exhaustivo de cualquier noticia -inventada, censurada, deformada, aséptica, insuficiente, esperanzadora, atroz, o veraz- sobre la salvajada que han impuesto al universo los insaciables intereses económicos de unos cuantos monstruos civilizados y el mesianismo de un iluminado sanguinario, empezamos a acostumbrarnos a convivir con el horror de los otros.

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