El alcalde ecologista

El otro día me tocó entrevistar a Monserrate Guillén quien, y por si alguien no lo sabe es el alcalde verde que manda, o se supone, con vara ecologista, en el municipio con más extensión y habitantes de todo el Estado español, gracias a un cuatripartito que semeja la Babilonia política, donde y a lo que se ve, andan apañados los socialistas bajo la tutela de Antonia Moreno, que parece la media aritmética entre Margaret Thatcher y Rosa de Luxemburgo; con unos liberales entre escindidos del PP, otros vocacionales o de siglas que anteriormente tuvieron menor predicamento, e incluso un extranjero, que va tan por libre como la costa y su mar que, al parecer, es lo único que le importa, pero logró otorgarle los votos que Francisco Camps negó a Mónica Lorente, al obligarla a cambiar las alineaciones de su lista electoral.

Mas con ser paradoja, esta vez sin crueldad, tal Alcaldía lo es más en un pueblo tan de derechas, tan de cerrado y sacristía, por no hablar de serrallos machadianos, chaqués bajo soles de justicia, monjas que viven su eternidad en vida, señoritos y labradores como de antiguo, incluso bandas urbanísticas organizadas a las que se le llamaba la Costa Nostra y porqueros multimillonarios con micrófonos y cámaras ocultas de corta y pega. 

Así que cualquier extrañeza de ver a Monserrate poniéndose a toda prisa una chaqueta para la foto, eso sí, sin ahorcarse con una corbata, y atendiendo a nuestras preguntas con una bondad casi franciscana, pero sin querer pisar más callos que los necesarios en pueblo tan procesional, nos pareció poca. Vamos, que más que verde-ecologista, el bueno de Guillén era Confucio redivivo. Quiere salvar ese Palmeral del que Miguel Hernández escribiera uno de sus mejores versos: «Alto soy de mirar a las palmeras»; quiere hacer un congreso para unificar a tanto verde y variadísimos ecologistas como podamos encontrarnos en el Amazonas, y que en este país se llevan peor que los comunistas de varias siglas en los lejanos tiempos de Franco.

Y por seguir hablando de aquel enano colérico al que le encantaban las charreteras, también este alcalde quiere quitar cuanta calle, avenida o plaza suene a la época del autoproclamado Generalísimo. O sea, dejar a Orihuelica del Señor como a la gitanilla del poema de Lorca: «Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua [el Segura]». Yo no me lo creo, pero seguro que será bonito mientras dure.

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