Miley Cyrus ha enterrado a Hannah Montana

Son tiempos extraños. Los adultos parecen no querer abandonar la infancia y los niños están como locos por hacerse adultos antes de tiempo. En medio de ambos, un barullo monumental. Y como representante de ese jaleo mayúsculo, Miley Cyrus. La actriz y cantante, conocida mundialmente por dar vida a Hannah Montana, desembarcó ayer en Madrid para acaparar flashes y una atención mediática impropia para una chica de 17 años y medio.

Presentó su tercer disco, Can't be tamed (algo así como Imposible de domesticar), que tocará en directo este domingo en el festival Rock in Rio de Madrid. También su nueva película, La última canción, que se estrena este viernes y en la que deja atrás el personaje de Hannah Montana (estrella de noche, chica supersimpática y superenrollada de día). Recogió su disco de platino por las ventas de su anterior álbum. Y se marchó, dejando a todos con la sensación de haber visto más a una señorona yanki que a una jovencita.

Para empezar, apareció enseñando sujetador y luciendo unos extraños leggins abolsados junto a unas botas de fetichismo sadomaso y una pulsera igualmente bongage. Un atuendo acorde a la imagen «más atrevida» -el eufemismo para decir «sexual»- que luce en la portada del disco y en el videoclip de presentación del sencillo que da título al álbum. Luego apareció aplacando los requerimientos de los reporteros gráficos con un gesto de manos en plan «tranquilitos». Y acabó recostada sobre un sillón Luis XXX -o algo así-, respondiendo a las cuestiones de la prensa con desidia y gesto de estar oliendo materia fecal.

Dijo que estaba «muy orgullosa» y «muy agradecida» al personaje de Hannah Montana, que durante un lustro le ha acompañado en lo televisivo, en lo musical y hasta en lo cinematográfico. Toda una industria. «Han sido cinco años con ella y creo que ha sido un personaje muy poderoso que ha ayudado a muchas jóvenes a realizar sus sueños», explicó. «Pero ahora estoy iniciando otra etapa en la que intento encontrar mi personalidad y mi propia imagen», concluyó.

Así, para esta película, «ha dejado madurar» al personaje y también a sí misma. El resultado es la historia de una joven rebelde de Nueva York que, no podía ser de otro modo, encuentra su camino a través de la superación y el amor, etcétera, etcétera. «Como me ha dicho mi madre, no tengo que ocuparme únicamente de lo que quieran los demás; también tengo centrarme en lo que quiero ser y en lo que sea mejor para mí», añadió.

En cuanto al disco, señaló que ha sido una especie de «terapia» sobre su proceso de maduración a marchas forazadas. Todo ello se materializa en el trabajo «más honesto» de su carrera, según su opinión.

El paso del tiempo parece haberse traducido también en un cambio respecto a sus valores morales. Ella, que siempre situó a la religión -la cristiana, la auténtica- como un pilar básico de su vida, parece haber cambiado de apoyos. «Soy una persona muy espiritual. Y mi religión gira ahora en torno al amor, porque el amor es lo que falta en este mundo. Hay un par de canciones en el nuevo disco en las que hablo de ello», recitó de carrerilla. «Por ejemplo, mi mejor amigo, que es también mi peluquero, es gay. Lo que intento es que la gente aprenda a no juzgar a los demás y a no discriminar a personas como él», terminó de enunciar.

También entró al trapo de su polémica con Radiohead. Resulta que a Cyrus le gusta a morir el grupo británico y, en una ocasión en la que coincidieron en una gala, la cantante quiso conocerles personalmente. Thom Yorke y sus compañeros pasaron un poco de ella y la joven estrella, airada, dijo en una entrevista: «Voy a contar a todo el mundo que Radiohead apestan. Les voy a arruinar su carrera». Ayer afirmó que sigue siendo una fan del grupo. Pero, lejos de retractarse, se refociló en la rabia. «Aunque me gustan, no me gustaría trabajar con ellos, porque no son muy buenos con sus fans», afirmó, en un gesto de madurez por encima de berrinches adolescentes.

También se nota que se ha hecho adulta -al menos en el sentido estadounidense del término- en su capacidad para no pisar terrenos peligrosos, especialmente aquellos que lindan con lo social. Así, cuando le preguntaron por la inmigración (más en concreto, por la polémica ley de Arizona contra la inmigración), ella se limitó a levantar dos dedos bajo el signo de la paz (¿acaso el de la victoria?) y responder con «No comment».

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