Algunos nacen sólo para incordiar

Fundir el cronómetro marcando 1.32 en la milla, y ser un caballo. En decenas de millones vender un potro, y ser un criador. Acertar la QH seis semanas seguidas, y ser un apostante (un apostante mentiroso). Son maneras para ser popular en el hipódromo, pero para ser famoso hace falta un spray, dos palos, un trozo de tela, blanca o así, y ser El Platanito. Secundario entre semana, se erige en protagonista los domingos, cuando con una parsimonia que contrasta con la celeridad que transcurre todo en los hipódromos desenrolla su tela y esgrime obstinadamente su mensaje rondando la insolencia. Son mensajes que frecuentemente aluden a la arbitrariedad, tan sólo pretenden romper el tedio. Esperpénticos, surrealistas, divertidos, de una ambiguedad a menudo excesiva, como la aciaga tarde en que el texto que paseó por el cesped rezaba: «Con Franco bebíamos mejor», granjeándose los silbidos de quienes vieron en ello un toque reaccionario, cuando tan sólo era una añoranza del antiguo dueño de los bares hípicos, que compartía apellido con el dictador.

Bares estos, en los que El Platanito quema sus horas muertas -y las vivas-: «iNiño un jumilla!» «Volando, Plata», responden al unísono los camareros, que para abreviar le llaman «Plata» sin importarles que sea plomo a partir del quinto vaso. Las grafías de sus pancartas son torpes, infantiles, es como si el niño que esconde le guiara la mano. Sus errores/horrores ortográficos son, sospechamos, códigos cifrados, inescrutables símbolos tras los que guarda su sabiduría. En San Sebastián, el pasado verano, Manolo Iglesias, que ese es su nombre -lo de «El Platanito», como es obvio, se debe a que durante algún tiempo vendió melones- tuvo el arrojo de mostrar ante las tribunas una pancarta en blanco. «Fue la que más me costó pensar», afirma.

Lo habitual es que en sus telas denuncie situaciones, hechos y detalles con los que un buen sector de aficionados se identifica. ¿Cúal es la pancarta que más ha molestado a los jerarcas del turf? -Hombre, aquella que saqué varias jornadas que decía: «Por un hipódromo más limpio». Al principio, se incomodaron; después intentaron echarme, y, finalmente, optaron por comprar papeleras... No bastándole con ser profeta en su hierba ha cruzado incluso los Pirineos con su arte: «Los gabachos con mis pancartas alucinan, oye». Su última actuación en tierras galas fue acompañando a la gran Teresa, que, osadamente, intentaba corroborar su dominio en las pistas españolas en la carrera más prestigiosa de Europa: El Arco del Triunfo.

«Los parisinos me esperaban con los brazos abiertos; y con las piernas abiertas, la Torre Eiffel», fantasea aquí El Platanito. Nos consta que en la Babel de Longchamp su pancarta tan sólo arrancó furtivos aplausos y el guiño complacido y complaciente de algún acólito de Lefebvre, que adivinó en el texto «iTeresa nacida en España!», toda una exaltación de la santa abulense. Aunque los hipódromos son su habitat natural, en ocasiones, ha extendido su arte a otros escenarios, como los toros: «A Curro Romero siempre le pongo la misma: «Curro, haz la faena de las almohadillas», un día Curro me «curra», o el fútbol: «Allí me prodigo poco, hay mucha competencia. ¿Gil? Me trata muy bien. ¿Mendoza? Es un poco estirado, aunque tuvo el detalle de ofrecerme un abono para entrar por la jeta en el Bernabeu. ¿Un pase? Para qué, si a mí lo que me gusta es colarme.»

Pese a todo se deja en taquillas lo que obtiene con la venta ambulante. Lo mismo te ofrece una revista hípica que un transistor, pasando por estilográficas: «Son un producto a la baja, el fax ha acabado con las cartas de amor»; preservativos grabados con frases eróticas: «De textos escuetos, que si no distraen mucho»; cronómetros de arena; prismáticos... «¿En blanco y negro? -Coño, por 900 calas no querrás que lleven video incorporado...»

Otra fuente de ingresos son las pancartas de «encargo» por parte de algunos propietarios, si bien él no acepta todas: «A... (aquí unos nombres que omitimos) no se las haría ni por un millón. Ya me da igual si algún cantamañanas de los que alquila mi propaganda después me paga con un sobo en el omóplato en vez de aflorarme «la guirigaña». Y si la «guirigaña» ya no le importa es porque en el fondo gozosamente sabe que en la tela que emborrona está la recompensa: La pancarta es su premio.

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