Al final todo se sabe

EL habla castellana es rica en expresiones contundentes de rechazo y repudio. Ponga el lector los signos de admiración, que a mí me resulta muy cansado y además ensucian el texto: Olvídame. Esfúmate. Evapórate. Muérete. Vade retro (esto es latín). Corta Blas, que no me vas. Corta el rollo. Que te den morcilla. Que te den dos duros. Que te den por el saco (y por lo otro). Que te den tila. Anda y que te den. Véte a tu tía y que te dé para libros. Véte a freir espárragos. Véte a hacer puñetas. Véte a hacer gárgaras. Véte a paseo. Véte al infierno. Véte a la porra. Véte a la mierda. Véte a tomar por el saco (y por lo otro). Véte a tomar viento. Véte a espulgar un galgo. Véte a buscar la cagada del lagarto. Véte a escardar cebollinos. A otra puerta, que ésta no se abre. 

Arre allá... Y hay muchas más, que ahora no me vienen a la cabeza, entre ellas las de uso local (en Pamplona decimos: Véte al Gas, que es el nombre de los corrales de donde salen los toros en el encierro). No me he puesto a pensar, pero tengo toda la impresión de que en nuestro idioma no existe' tan gran número de expresiones destinadas a manifestar lo contrario, es decir, interés, afecto, agrado y tolerancia ante la presencia o la conversación de otra persona, lo cual dice bastante sobre nuestra disposición hacia el prójimo y sobre la encarnadura de nuestra convivencia. Cavilaba sobre esto tras ver el otro día el primer episodio de «Los Simpson», serie de dibujos animados que cabe calificar como excelente, aun en plena guerra del Golfo y a sabiendas de que es norteamericana. En ella, el joven Simpson utiliza, sobre todo con su padre, la frase que encabeza esta columna y que supongo hará pronto fortuna: Multiplícate por cero. 

La versatilidad es virtud de un creador, y no debe sorprender que James L. Brooks, director de aquel melodrama plagado de buenos sentimientos titulado «La fuerza del cariño», sea el productor de esta serie insolente que, lejos, por otra parte, del «Dirty Comic» y de lo genuinamente contracultural, se aleja de las ejemplaridades familiares con un lenguaje y un punto de vista que, por cierto, están próximos al universo de las viñetas de Forges y las columnas de Carmen Rico. Multiplícate por cero. Un conjuro terrible y aniquilador, antagónico del bíblico «creced y multiplicaos», que, no sin problemas, nos ha permitido llegar hasta aquí. Multiplícate por cero. Es lo que hoy diríamos con gusto al paro, al SIDA, a los narcotraficantes, a los terroristas, a los accidentes de carretera y a tantas otras cosas. Multiplícate por cero, es lo - que se dicen todos los días Bush y Sadam. Lo que González le dijo, por fin, a Guerra, y lo que Guerra tal vez le dijo un día a su hermano. Pero Juan, por lo visto, no entendió bien y se multiplicó por seis ceros con un número equis por delante.

Intentemos no dejarnos llevar por la oleada de últimas noticias del frente, ni por la intensidad de las fiebres ideológicas. Nunca es demasiado tarde para dirigir una mirada fría sobre una actualidad tan abrasadora. El precepto de Spinoza -no reír, no llorar y no maldecir, sino comprender- es útil para los momentos de exasperación belicosa. Para comprender una situación inédita es necesario dotarse de conceptos nuevos. El declive del imperio y de la influencia soviética, determinado por las reformas y por los fracasos de Gorbachov, provoca descorazonamiento, nuestras viejas costumbres mentales caen en desuso. Todavía se habla de «mundo árabe», mientras las potencias que presumiblemente lo componen se enzarzan una contra otra y jamás se mostraron tan violentamente conflictivas. Se evoca cándidamente la oposición NorteSur, mientras los intereses de los consumidores de petróleo, pobres y ricos, Tercer Mundo y países desarrollados, coinciden contra la dominación reivindicada por Irak.

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