Un gran documental

Burdamente se denuncia el imperialismo americano, mientras los principales valedores del «antiimperialismo» conceden plenos poderes provisionales al Estado Mayor USA (URSS, China) o alinean sus propios tanques bajo sus órdenes (Siria). La caída del Muro de Berlín y el derrumbe ideológico del comunismo conducen a la modificación de las reglas del juego internacional y a una redistribución de los actores y de los papeles. Muchas categorías polvorientas y numerosos clichés abarrotan las tiendas de antigüedades. 

Desde 1945 la paz ha determinado el equilibrio mundial gracias a la disuasión. ¿Todavía es así? Sí. ¿Pero de la misma manera? No. La crisis iraquí pone de manifiesto tres transformaciones decisivas del concepto de disuasión. La primera mutación es política: los actores internacionales se multiplican y su libertad aumenta. Antes,. cuando existían dos bloques compactos,Irak habría sido frenado por su protector, un imperio soviético suficientemente vasto como para estar amenazado de retorsión en un punto de gran vulnerabilidad, quizás en las antípodas de Kuwait.


La segunda mutación es tecnológica: los criterios que definen la potencia se hacen evanescentes. Antes, la frontera estaba claramente trazada entre las naciones que poseían vectores nucleares y las que no los tenían. Hoy, el desecho surrealista exhibido por Sadam demuestra la poca verosimilitud de nuestros pesos y medidas. Probemos a sumar misiles más o menos chapuceros, el arma química, algo de bacteriológico, una promesa nuclear, una notable fuerza convencional, debilidades informáticas y electrónicas, muchos himnos nacionalistas, muchas ejecuciones sumarias, plegarias públicas, aunque de dudosa sinceridad, un culto delirante a la persona, el llamamiento al terrorismo sin fronteras: ¿Qué da todo esto? ¿Una gran potencia o un globo hinchado?

La tercera mutación es diplomática: la distinción rígida, hasta ahora, entre guerra fría y guerra caliente se acaba. Son numerosos los que, ingenuamente, creían que la disuasión cesa cuando las armas hablan. Ahora, sorprendidos, descubren que la «tempestad del desierto» es un ejercicio de disuasión en caliente: Raymond Aron advertía, hace treinta años, que, en situación de equilibrio del terror, la hora de la verdad ya no era la guerra -como en la época de Napoleón y de Clausewitz- sino la crisis. Hoy la relación se complica: la guerra se convierte en la verdad de la crisis (Irak ha infravalorado de manera irrisoria la determinación de la coalición antes y durante la prueba de fuego), pero la crisis continúa siendo el horizonte y el limite de la guerra (a pesar de su resolución, Estados Unidos no comprometen «todas» sus fuerzas en la gran batalla: afortunadamente la ofensiva no es «total»). 

La crisis del Golfo tiene precedentes, las lecciones de la crisis de Cuba (1962) la explican, tanto -por analogías evidentes como por diferencias no menos significativas. Afinidad de situaciones: todo sucede como si cada veinticinco años fuera necesario aprender de nuevo la disuasión e inculcar sus reglas a los compañeros reticentes o rebeldes. No existe sordo peor que el que no quiere oír, dice un proverbio francés. 

Castro personificó esta sordera voluntaria. A través de las cartas publicadas recientemente, sabemos que propuso a sus protectores soviéticos (Kruschov) sacrificarse junto a su isla y su pueblo. El Líder Máximo proyectaba un ataque nuclear sobre Nueva York para ayudar la buena causa y para la gloria póstuma del triunfo de la revolución universal. El comportamiento de Sadam Husein demuestra una intransigencia similar; ceñudo, se cierra a los consejos de sus propios aliados (OLP) y a las advertencias de los viejos simpatizantes (Moscú, París). Sometido a un diluvio de misiles y bombas, se obstina,- poniendo en práctica aquella lógica del «todo o nada», que con Castro se quedó solo en palabras. 

Afinidad de ambición: normalmente, la disuasión opera «al borde del abismo» entre aliadosadversarios, capaces -cada uno- de desencadenar el apocalipsis nuclear. De improviso, los aguafiestas pretenden entrar- a formar parte del mundo de los potentes, esgrimiendo el hecho de que su inferioridad industrial y tecnológica está compensada por su resolución ideológica: también ellos pueden someter el mundo a una guerra. Fidel se vanagloriaba de revolucionar toda la América latina, Sadam se vanagloria de incendiar el cercano y el medio Oriente, así como de movilizar el Islam.

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