El rey inglés con deje español

Por el citado escenario (reconstrucción de finales del siglo XX del original isabelino incendiado en 1613 precisamente durante una representación de Enrique VIII) han pasado una Cleopatra turca, un Romeo brasileño, un Macbeth polaco… Y ahora un rey inglés con acento español. Porque una de esas compañías escogidas fue la madrileña Rakatá-Fundación Siglo de Oro, a la que le correspondió el hueso de interpretar Enrique VIII, una de las obras más difíciles del bardo inglés. 

Al público que llenaba el recinto el día del estreno, sin embargo, esas dificultades (así como las económicas que arrastra esta compañía por la endémica escasez de ayudas oficiales, lo que les obliga a la austeridad escénica y al ingenio en el vestuario) le dio francamente igual. Desde el primer momento, en los anfiteatros y en el patio (donde la gente asiste a las representaciones de pie), la historia del rey, la reina, la nueva esposa y las intrigas de consejeros, nobles, cardenales y demás cortesanos interesó a los asistentes, que empatizaron inmediatamente con la causa de Catalina de Aragón. 

Ante un aforo que superó el martes en el estreno el 90% y al día siguiente llegó al 100%, los actores que dirige en esta aventura Ernesto Arias, encabezados por Fernando Gil (Enrique VIII) y Elena González (Catalina), hicieron lo que mejor sabían: se apoyaron en un texto (adaptado por José Padilla y Rafa Lavín) que no da tregua al espectador y que le mantiene intrigado hasta el final. Y todo ante la sobriedad impuesta, pues las obras en el Globe se representan sin escenografía. 

Nada de artificios ni simbolismos superfluos para defender su Shakespeare, incrementando en cada escena la intensidad dramática hasta llegar al clímax final, donde el delirio de Catalina emocionó a muchos de los presentes. Entre ellos se encontraba ayer mismo el embajador en el Reino Unido, Federico Trillo, quien acudió por interés personal ya que su tesis doctoral versó sobre el poder político en los dramas de William Shakespeare. 

Ni siquiera los aviones que sobrevuelan constantemente el Globe (y que se dejan oír con bastante claridad) consiguieron que el público se perdiese en la trama que marca el triángulo amoroso de Enrique, Catalina y Ana Bolena (Sara Moraleda) y evoluciona durante tres juicios.

Y es que se suceden los juicios a Buckingham (Julio Hidalgo), a Cranmer (Jesús Teyssiere) y a la propia reina. 

El enamoramiento fue, con todo, correspondido ya que, al término de la función, los actores reconocían que habían sentido esa energía y se habían «bañado» en ella. 

Esa misma sensación (quizá no tan eufórica porque no todas las audiencias comunican el calor como el público español) ha encandilado a las otras 32 compañías que ya han pasado por el Globe. La respuesta ha sido «desbordante», reconoció en entrevista con EL MUNDO Dominic Dromgoole, director artístico del teatro. 

La discordia, eso sí, llegó a causa del estreno de El mercader de Venecia a cargo de la compañía israelí Habima National Theatre de Tel Aviv, que presentó la obra en hebreo. 

Desde primera hora de la tarde, el Globe y sus alrededores fueron tomados por fuerzas de seguridad (policía uniformada y de paisano) que vigilaban discretamente las evoluciones de dos corralitos vallados (uno a cada extremo de la calle) donde estaban situados partidarios de la causa palestina y simpatizantes del pueblo israelí. 

En la puerta del teatro se estableció un riguroso control para impedir la entrada de ningún bolso dentro del local. Todo parecía seguro hasta que, al comienzo del primer acto, un grupo de personas sacó banderas palestinas y pancartas en el primer anfiteatro y tuvo que ser desalojado. 

Durante las más de dos horas que duró la función, una decena de personas fue obligada a abandonar el Globe, mientras que el resto del público asistía, pretendidamente impávido, a la representación por parte de esta compañía fundada en Moscú en 1905 y establecida en Tel Aviv en 1920. 

El segundo y último día de función (cinco horas más tarde del estreno de Enrique VIII) se repitieron manifestaciones y protestas, pero los actores de Habima, acostumbrados a todo tipo de situaciones, llevaron con elegancia su trabajo. 
Hasta el lunes, todo había sido una balsa de aceite desde que el festival arrancó el 21 de abril con Venus y Adonis en afrikaans e inglés sudafricano. 

Las obras de Shakespeare se han representado en maorí (una llamativa versión de Troilo y Crésida), turco (Marco Antonio y Cleopatra), italiano (Julio César), polaco (Macbeth), ruso (Medida por medida), swahili (Las alegres comadres de Windsor), griego (Pericles), indio (Noche de reyes), mandarín (Ricardo III), coreano (El sueño de una noche de verano), cantonés (Tito Andrónico), árabe palestino (Ricardo II), bangla (La tempestad), shona (Dos caballeros de Verona), serbio, albanés y macedonio (Enrique VI, partes I, II y III), español de México y Argentina (Enrique IV, partes I y II), armenio (Rey Juan), bielorruso (El Rey Lear), georgiano (Como desees), portugués de Brasil (Romeo y Julieta), japonés (Corolario), gujarati (Bien está lo que bien acaba), yoruba (Cuento de invierno) y urdu (La fierecilla domada). 

Pero también se ha rapeado Otelo, se ha representado en lengua de signos Trabajos de amor perdidos y se ha puesto en escena Cimbelino en juba, el dialecto del árabe que hablan en el paupérrimo Sudán del Sur. 

Después de Rakatá-Fundación Siglo de Oro y de su Enrique VIII, el Globe hablará persa (La comedia de los errores), alemán (Timon de Atenas), francés (Mucho ruido y pocas nueces), lituano (Hamlet) e inglés (Enrique V). Un sueño hecho realidad para todas estas compañías, que comparten el privilegio de ser las únicas a las que Shakespeare invitó a su propia torre de Babel. 

«La fuerza emocional está impresionando al público», señala encantado Dominic Dromgoole. 

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