Ganas de matar a un periodista

EN ENRIQUE VI, William Shakespeare escribe: «The first thing we do, let's kill all the loyers». Muchos le desean lo mismo a los periodistas. Resulta difícil matar a la profesión, pero quienes la ejercen se hallan en peligro de extinción. Mutaron en especies raras, con mil ojos, mil oídos, mil manos que multiplican sus sentidos para que no se les escape nada. Los poderosos Eva Belmonte, Víctor Mondelo y Javi Oms representan mucho más que el tres per cent de elmundo.es, y saben que aquella vieja máxima de «lo quiero para ayer» se ha convertido en «tendríais que haberlo publicado hace un minuto». Gozan de una agotadora omnipresencia, que incluye un futuro a cualquier precio.

La supervivencia del periodista se basa únicamente en el trabajo. Apenas necesita comer y la prueba es que se alimenta de las porquerías de una máquina expendedora y de café envenenado. Qué diría la gastronómica Belén Parra. La exactitud es la mejor arma con la que protege su prestigio. Por eso Melgar, el perfeccionista, repasa minuciosamente los contenidos hasta la hora del cierre. Acaba de madrugada y tal vez luego se reúna con los grandes de la cantera Cris Rubio, María Pérez, Sergio del Amo y Dani García Sastre, alias Punto G (de inmenso). Que los periodistas no duermen lo saben en los bares. Que los de la edición de Cataluña forman un equipo lo demuestran a diario.

Se los tacha de ombliguistas. Viven en un mundo aparte llamado redacción, que a su vez es el centro del mundo y que, cual dios Atlas, el director Álex Sàlmon carga a su espalda haciendo equilibrios. Menchi lo recorre para echarle una mano. Y así conquista tierras salvajes como aquella que enarbola la protectora de los Mossos, Xiana Siccardi, con una sábana ensangrentada de Marilyn Manson, páramos brutales como los que explora Germán González desde la sección de tribunales, o outlets de los que está al tanto Leonor Mayor, quien, volviendo de un mitin en Cornellà, hace unos años, exclamó con franca admiración que ir en metro es mejor de lo que imaginaba. Desde siempre, Héctor Marín es «el recién llegado».

Contra todo pronóstico y natura, pueden tener familia. Y si no que se lo pregunten a la jefa Maite Coca, a nuestro Grantaboy Matías Néspolo o a Ana María Dávila, cuyos gemelos hemos visto crecer a través de las fotos del móvil. Cómo la mantienen es una cuestión a la que podría contestar la superheroína de cómic Laura Fernández. El núcleo familiar de Javier Blánquez lo conforman la música y el segundo gato más famoso después de Soseki. Se llama Jimmy (en honor a su idolatrado Giménez-Arnau).

Algo se muere en el alma del diario cuando un redactor se va. Por eso, sus compañeros le dedican una portada que recoge los mejores momentos que compartieron, como fue el caso de Dani Cordero. Se los considera endogámicos, autombomberos; la maestra Anna Alós los llama cursis cuando se emocionan porque alguien habla de ellos, porque es a ellos a quienes corresponde hablar de lo(s) demás. Ésta vuelve a ser una profesión de la calle porque tarde o temprano ahí es donde acabaremos todos, junto a la ideología. Los redactores ya no tienen quien los apadrine. Por eso, se extinguen a la misma velocidad que los contenidos de un periódico, que va perdiendo interés y mengua hasta desaparecer. Retomando a Shakespeare: «ser o no ser, ésa es la cuestión».

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