Carmen Russo se mantiene bien para su edad
Para el otoño, y seguramente para el invierno, la primavera y el verano, Tele 5 apuesta de nuevo por las tetas, aunque también por los muslos, las mollejas y los culos de las presentadoras, las bailarinas y las figurantas, y en su delirante Gran Gala de Sevilla con los cascos azules de Bosnia, las cien novias y las mil sevillanas ya dejó constancia de esa disposición, sobre todo en las personas de Arantxa del Sol y Carmen Russo, o, para ser más exactos, sobre sus organismos.
Antena 3, en cambio, opta por las caras, se anuncia para este otoño con los retratos de todas sus caras y repite una y otra vez su eslógan «Damos la cara». Se ve que alguien de esa casa conoce el hermoso y certero refrán español de «rostro lleva al lecho, que no culo bien hecho», y ha pensado que esa sencilla verdad podría ser aplicada a la compleja mentira de la Televisión. Puede.
Pero en la compulsión por el espectáculo, por lo espectacular, que padecen las cadenas, una cara puede ser vista, y entendida, exactamente como una teta, esto es, como algo que, de tan banalizado y visto, no remite a nada más hondo o, siquiera, posterior. Lo malo de las caras, al margen de la avilantez que eventualmente irradien, es que hay muchas, si bien las caras de Antena 3 televisión son, si me permiten la licencia, las más caras de todas: De una parte, la denuncia hecha en su día por Rafael Sánchez Ferlosio, que se quejaba el hombre de que en este país sólo había caras, rara vez asuntos o temas, adquiere renovado valor ante el alud de caras famosas sin nada, o casi nada, detrás.
De otra parte, la mitomanía y el culto a la personalidad (a la cara), ese tósigo que descerebra a los pasivos (y los telespectadores lo son), alcanza su expresión más brutal en esa oferta televisiva de las caras a mogollón. Pues la televisión se cuela en la casa a todas horas, como un familiar o un huésped estable, sus caras se integran con pasmosa facilidad en el ámbito de la intimidad. Ellas no están cerca del espectador, pues ignoran incluso su existencia (sólo conocen, merced a los sondeos, el número de sus caras sin nombre), pero el espectador sí está cerca de ellas, muy cerca, pendiente de sus tics, magnetizado con su voz, atado, en fin, a esa quimera de rostro falsamente humano.
Pero tiene razón Ferlosio en que sobran caras, aunque también es cierto que unas más que otras. La ubícua y bellísima de Ana Belén, que el domingo por la noche estaba, con edades y oficios distintos, en dos canales a la vez (actriz en Fortunata... y cantante en La Gala de A3), rara vez sobra.
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