Cuentos de hadas
Hace tiempo que tengo una deuda con usted que nunca podré pagarle; la recuerdo ahora porque la memoria es una forma de restitución. Las hadas carecen de recuerdos porque en ellas todo es eternidad, instante, fugacidad continuada.
¿Cómo si no explicarse su frágil, su quebradiza presencia en un escenario, sostenida sólo por su inteligencia viva? Y su rapidez de reflejos ante la inocencia o la impertinencia de un público que, al socaire de la participación solidaria, bromea con su edad y augura su salida del escenario camino del cementerio. Cuide de que un día no le pidan derechos de autor por su colaboración.
No hay público inocente, créame; esa gente despreocupada y ociosa no se da cuenta de que las hadas no mueren y usted nunca morirá. Los Angelhadas, o sea las hadas que antes fueron ángeles, tienen buena culpa de sus infortunios. Juegan, tratan de establecer un diálogo imposible, porque el público tenemos una condición mostrenca y las hadas como usted pertenecen al reino lírico de lo inefable. No hay diálogo posible entre lo sublime de la divinidad y lo grosero de los humanos.
No es de extrañar que, a lo largo de las casi dos horas de ensoñaciones y silencios quebradizos que dura su espectáculo, la gente mire mucho a Martina Burlet, cuyo currículo de actriz desconozco, pero que derrama un mágico talento. En escena es tan difícil hablar como escuchar o como reflejar con el silencio y leves gestos lo que dice el otro. Martina también es un hada, un poco más carnal y más joven que usted. Llévela siempre consigo, porque puede que Martina tenga también el don de la eternidad.
Estos días en la sala pequeña del Español, AngelHada trata de implicar a los espectadores cantando Yesterday, acaso la más hermosa canción de todos los tiempos; vuelvo a la memoria que anunciaba al principio, a mi deuda impagada.
Hace casi 40 años Ángel Pavlovsky me sacó al escenario, me colocó un tutú de bailarina y me puso a bailar. Fue el número de la función, palabra. Mis amigos, muertos de risa, me dijeron que tenía la misma gracia bailando que los hipopótamos de Fantasía, de Walt Disney.
Hace casi 40 años Ángel Pavlovsky me sacó al escenario, me colocó un tutú de bailarina y me puso a bailar. Fue el número de la función, palabra. Mis amigos, muertos de risa, me dijeron que tenía la misma gracia bailando que los hipopótamos de Fantasía, de Walt Disney.
A cambio se quebró, en parte, ese muro de timidez que me acongoja en momentos claves de mi vida. Que el reino de las hadas se lo pague, AngelHada, Ángel Pavlovsky. Le propongo un pacto secreto como debe ser entre hadas, aunque sean hadas rotas: yo seguiré rogando por su eternidad si usted me alcanza ese don apacible y generoso con que inunda el escenario. Que la Reina de las hadas y Martina nos protejan y ayuden.
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