El hombre marcado
El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, llegó a decir recientemente que cualquier ofensa racista entre dos rivales se olvida con un apretón de manos. Palabras que se han vuelto en su contra a la vista de los episodios recientes en el fútbol inglés. Primero cuando la Federación Inglesa (FA) canceló el saludo previo al partido de Copa entre el Queens Park Rangers y el Chelsea por temor a que Anton Ferdinand no diera la mano a John Terry, acusado de dirigirle insultos racistas.
El pasado sábado, Luis Suárez negaba el saludo a Patrice Evra en su primer encuentro como titular después de cumplir una sanción de ocho partidos por llamar «negrito» al lateral francés. Ahora hay quien cuestiona la vigencia de este ritual concebido para incentivar el espíritu de deportividad y calmar los ánimos entre contrincantes antes del pitido inicial de un choque.
Esta tradición tuvo el efecto contrario en Old Trafford. Millones de ojos estuvieron pendientes del Manchester United-Liverpool, también muchos niños que tomaron nota del bochornoso espectáculo ofrecido por los dos jugadores. Ni Suárez ni Evra supieron comportarse con la dignidad que requería la ocasión. El urugayo por no extender la mano al jugador del Manchester United y el francés por celebrar la victoria de los suyos agitando los brazos de forma infantil delante del jugador número 7 del Liverpool.
Ambos futbolistas tienen un carácter volátil y no han sido precisamente ajenos a la controversia. Evra encabezó el motín de rebeldes de la selección francesa en el Mundial de Sudáfrica. Suárez llegó a Anfield con el apodo de Caníbal, bajo el estigma de una sanción de siete partidos por morder a un jugador del PSV Eindhoven cuando militaba en el Ajax. El club de Amsterdam criticó entonces sin fisuras al sudamericano. El Liverpool no ha actuado con la misma firmeza desde que la FA condenó a Suárez en diciembre. Comenzando por su entrenador, Kenny Dalglish, que hace una semana sostuvo que su futbolista nunca debió haber sido apartado cuando volvió a jugar ante el Tottenham una vez cumplido el castigo. El sábado volvió a mirar hacia otro lado cuando un reportero de Sky le preguntó sobre Suárez y aseguró no había visto su desaire a Evra, acusando al canal de alimentar una campaña de acoso al futbolista.
Al margen de valoraciones sobre la sanción a Suárez, que muchos aficionados del Liverpool consideraron desmesurada, el club debió frenar en seco cualquier mensaje que inspirara una ambigüedad contraproducente en una materia tan sensible como el racismo. Por mucho que el Liverpool se sienta agraviado históricamente por medios de comunicación y órganos de poder de Londres.
Ayer The New York Times demandaba una intervención a los dueños amercianos del club, que se han matenido al margen de la polémica, «para reparar rápidamente la imagen del Liverpool». No se pronunciaron en público, pero posiblemente presionaron entre bastidores para que la entidad emitiera sendos comunicados de disculpas de Suárez, del propio Dalglish y del director ejecutivo Ian Ayre reconociendo el error del jugador al no saludar a Evra.
¿Y el fútbol? Desafortunadamente, el ruido mediático sobre Suárez y Evra ha hecho sombra a un debate más profundo sobre el estado actual de sus respectivos equipos. El Manchester United comienza a acercarse a su mejor versión, pero el Liverpool sigue anclado en la mediocridad. Puede que a Dalglish no le interese hablar de pobre juego de los suyos. Si no respondiera al apodo King Kenny, leyenda viva de los reds, muchos aficionados del club habrían cuestionado su actitud dentro y fuera del campo.
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