Fuenteovejuna y Villaverde

Lo juro por mi mujer que es lo único que me que da y lo que más quiero en este mundo!. Si la llegan a tocar los policías, me subo allí a la loma con la escopeta y me lío a tiros con ellos. Aunque luego me pegue yo otro». No quiere decir su nombre, pero es un vecino de Villaverde que ha sufrido en su carne el problema de la droga. Poco tiempo después de que le instalaran el poblado de Torregrosa cerca de su casa, la droga se cebó en su familia y perdió a dos hijos, de 21 y 25 años. «No tenemos nada contra la gitanos. 

Convivimos con ellos desde hace años, y vienen a nuestras casa a vendemos cosas. Estamos contra la droga», repiten las mujeres. La lucha contra la droga es lo que ha levantado a este pueblo, lo que le anima a rebelarse: todos a una, como en Fuenteovejuna. Hombres, ancianos, mujeres y niños se lanzaron anoche a la calle, como un ejército organizado. Un pequeño ejército de hormigas que avanzaban desde el barrio hasta el «vertedero», alumbrando sus pasos con linternas o los faros del coche. Poco a poco, mientras la noche se iba cerrando, comenzaron a construir su «miniciudad» particular allí donde hace algunas semanas quemaron un «sanqui» destinado a albergar a unas 88 familias gitanas que ahora habitan en la barriada chabolista de Los Focos. 

Levantaron unas quince tiendas de campaña y destinaron una de ellas como despensa para almacenar la comida y la bebida: sólo agua mineral, el alcohol estaba prohibido. La cabeza de una pala escavadora les servía como papelera, parecía un extraño cuadro cubista. Unos tubos de hormigón hacían la función de farolas rupestres con cuatro bombillas, alimentadas por un generador, que fallaba la mitad de las veces. 

En la pequeña vaguada, alrededor de una gran hoguera, los vecinos contaban su aventura matutina, «cuando la Policía cargó contra todos nosotros y nosotros contra ellos». Con cada historia su miedo iba desapareciendo de sus rostros y un extraño brillo se adueñaba de sus ojos. «Mira a tu alrededor. Estamos todos aquí y aquí vamos a seguir hasta que nos den una solución válida. Somos el pueblo que se levanta contra el poder y los errores que éste comete», dijo Juan, que vive en el barrio hace 17 años. Niceto Briceño, portavoz de los vecinos, fue tajante: «Si te dijera, de verdad, lo que opino de la carga de la Policía, me meterían en la cárcel». Su mirada profunda, como una puerta abierta a lo más hondo de su alma, deja entrever sus sentimientos. «Sólo te digo una cosa: si yo en mi empresa cometo un error, me dan un aviso; la segunda vez, me ponen falta y la tercera, me echan a la calle. 

Nosotros hemos soportado el error de Torregrosa, de La Celsa, de El Rancho, de Los Focos, de San Fermín, y ya no aguantamos más» «A mí ya me da igual. Que me apaleen, que me manden al hospital o que me maten. De aquí no me muevo», corroboró Luis. Desde lo alto de las lomas cercanas, las águilas azules vigilaban, acechantes, cada movimiento de los vecinos. «Esto no ha hecho más que empezar», dijo un antidisturbio. «Quieren limpiar Barcelona y Sevilla de gitanos para 1992 y están trasladando a todos. Eso va a levantar muchas ampollas», añadió. Un helicóptero cruza el cielo a gran altura. Un niño coge una piedra: «Como baje, me lo cargo». Junto a la gasolinera, que está haciendo su agosto, ante la máquina de refrescos que ya solamente da cervezas, todos son más amigos.

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