Lo más importante es la supervivencia de la nación

Pero debajo de la doble crítica de Edith Cresson a los anglosajones y a los asiáticos se adivina una intención más sutil. Como es sabido, Europa está emparedada por la durísima competencia comercial de Estados Unidos y de Japón y trata de labrar su identidad diferencial y asegurar su supervivencia nacional entre ambos colosos.

En su doble anatema, Edith Cresson ha nombrado al lejano Japón por su nombre, pero a Inglaterra la ha convertido en representante vicarial de su «amigo americano», de su hermana allende el Atlántico. Y la puya a la homosexualidad británica debe leerse como una descalificación de la bastarda cultura norteamericana y como una condena de sus nuevos bárbaros, ricos y prepotentes, pero sobre todo decadentes y moralmente debilitados. 

Decíamos que las identidades culturales se forjan a partir de diferencias y contraposiciones. En tal caso, la descalificación de la homosexualidad anglosajona y de la austeridad nipona por parte de Edith Cresson dibujaría nítidamente cuál es su ideal cultural, como un ideal basado en la virilidad tradicional (otro valor caro a De Gaulle) y el hedonismo (un valor compartido por casi todos los franceses).

Con lo que Edith Cresson reivindicaría paladinamente la latinidad francesa, con su iconografía de sátiros bebiendo un buen burdeos y zampándose un buen camembert. Los ideales culturales de Edith Cresson son, en una palabra, los mismos que albergan los personajes de cualquier cuadro de Auguste Renoir.

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