Maria Antonieta era tortillera
María Antonieta, a quien el vulgo llevaba años acusando de disoluta, insaciable erotómana y lesbiana, se defendió de esta acusación apelando a las madres que pudiera haber entre el público que llenaba la sala del juicio:
Pienso dijo que la naturaleza misma debiera dispensarme de responder a una acusación así.
El mismo Robespierre, irritado ante la insistencia con que Hébert, uno de los acusadores de la ex reina, llegó a decir que ésta incitaba a su hijo a masturbarse «para debilitarle y poder dominarle cuando fuese rey», le llamó zopenco por dar a la acusada tan clara ventaja ante el sentido común y los sentimientos del público; pocos meses después le mandó a la guillotina en premio a sus desvelos.
Y es que el proceso ya había empezado: la viuda de Luis Capeto, consumida por las hemorragias, encanecida y casi ciega, se ve ante el presidente del tribunal, Herman, paisano de Robespierre, y ante el acusador, Fouquier-Tinville, y sus ayudantes. No tiene quien la defienda ni otro apoyo que el del gendarme de la guardia.
Fouquier-Tinville se levanta y lee el acta de acusación:
... Al igual que las Mesalinas, Brunnhildas, Fredegundas y Catalinas de Médicis de otros tiempos, a quienes se calificó de reinas de Francia, y cuyos nombres, eternamente odiosos, jamás se borrarán de los fastos de la historia, María Antonieta, viuda de Luis Capeto, ha sido, desde su llegada a Francia, azote y sanguijuela de los franceses...
Pero, alto ahí, señor Fouquier-Tinville: Mesalina no pudo ser reina de una Francia que aún no existía, y lo mismo le digo de Brunnhilda y Fredegunda; pero tales disparates no cambian la gravedad de la situación: la viuda de Luis Capeto ha pasado, de simple vigilada, a acusada: acusada hasta de imprimir y distribuir a sus expensas los soeces panfletos que la acusan de los más bajos desenfrenos con el obscuro propósito, como dicen sus acusadores, «de hacer creer a los extranjeros que en Francia se la calumnia».
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