Whitney Houston no canta, grita como una condenada

Estaba cantado: Whitney Houston se llevó dos Grammys debajo del brazo. Comprimida en un deslumbrante vestido blanco, la sonrisa invariablemente ancha y la voz niquelada, la reina del pop castigó a los más de 3.000 espectadores del Radio City Hall con una versión interminable del I will always love you (¿alguien no la ha oído ya menos de cien veces?»). Mejor cantante femenina del año, mejor álbum de 1993, premio también a la mejor vestida, a la más guapa, a la más simpática, a la más todo... Con música o sin ella, Whitney ha sido sin duda la mujer del año.

En el apartado «hombres», triunfo también cantado: Sting y su archiconocida If I ever lose my faith in you. Sorprendente, aunque también esperado, el Grammy a U2 como mejor disco «alternativo» (el propio Bono se tomó un poco a coña la historia y dijo estar encantado de ser «alternativo» y llenar al mismo tiempo los estadios).

El premio a la mejor canción estaba también predestinado («Aiiiiiiolgüeisloviuuuuu»), pero por aquello de no abusar decidieron dárselo al final al tema de Aladino, interpretado por Alan Menken y Tim Rice.

Gloria Estefan se llevó también un buen pedazo de tarta: premio al mejor álbum «latino-tropical» por Mi tierra. El jovencísimo Luis Miguel barrió en el apartado «pop latino» con Aries.

En el capítulo de incidentes, la llorera de Frank Sinatra (premio a la «leyenda Grammy»), que quiso haber cantado y no le dejaron. Tampoco le dejaron quejarse: silenciaron los micrófonos y el productor le cortó por lo sano.

Bastante más hábil fue Bono, que dejó escapar un espontáneo «fuck» (joder) ante el escándalo de la audiencia políticamente correcta. «No tiene nada de especial; lo digo todos los días», se excusó el líder de U2.

Bono se destapó también como poeta, con una elegía en honor a Frank Sinatra: «Un hombre con más peso que el Empire State, con más altura que las torres gemelas y más reconocible que la estatua de la libertad...».

Sinatra agradeció los elogios, aunque casi no se le entendía, tanta emoción le causó. La gente, en pie, le dedicó tres minutos de aplausos. «La Voz» quiso hablar y hablar, pero apenas le dejaron.

Por el Radio City Hall se pasaron, en fin, todos los que visten y calzan en esto de la música de ahora y de antaño, desde Liza Minelli a Natalie Cole, desde el incombustible Meat Loaf a los rebeldes Dr. Dre y Snoopy Doggy Dog, profetas del «rap» con tintes delincuentes.

Por primera vez en los 36 años de historia de los Grammy, el «rap» subió al altar de los premios mayores de la mano de Digable Planets. Crage «Doodlebug» Irvin, Mary Ann «Ladybug» Viera e Ishmael «Butterfly» Butler hicieron saltar de sus asientos al mismísimo Donald Trump y a la espléndida Marla Maples.

Whitney Houston, al fin y al cabo, tiene sólo treinta años. Llevaba tiempo currándoselo (una docena de nominaciones en ediciones pasadas), pero nunca había logrado ese reconocimiento doble y triunfal. El segundo triunfador de la noche fue Sting, mejor cantante pop masculino. Un tanto corto de voz, su principal mérito fue no intentar hacerse el gracioso.

Billy Joel, que partía con cuatro nominaciones por The river of dreams, fue el perdedor moral de la noche. Janet Jakcson engrosó también, injustamente, el pelotón de los marginados. Tampoco tuvieron suerte los REM, los Nirvana y los Smashing Pumpkins.

Los Aerosmith se impusieron con Living in the edge como el mejor grupo de rock, con el permiso de los Blind Melon y de Soul Asylum. En el capítulo jazz, enésimo reconocimiento para Pat Metheny (The road to you) y premio póstumo a Miles Davis para su trabajo de fusión con Quincy Jones en Montreux.

Paul Winter, con Spanish angel, venció en el apartado «new age», y Pierre Boulez, al frente de la Chicago Symphony Orchestra, acaparó los dos grandes premios en música clásica (presentados por Plácido Domingo).

El Grammy a la revelación del año fue a parar a la morenita Toni Braxton, digna heredera de Whitney Houston, que el año pasado barrió en las listas de éxitos norteamericanas.

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