La fruta de España
Eran tres filas infinitas. Gente corriente: viejos, viejas, jóvenes. Y mendigos que ayer cambiaron el cubo de basura por la fruta fresca que se. repartía en la Plaza Mayor. «Y a los franceses que les den...» Contundentes. Cinco mujeres convirtieron en un gallinero la cabecera de una cola. Que si el melón estaba a tanto el otro día en el mercado, que si el vino este es mejor, que si apunta con bolígrafo después no se me va oír por la radio... Eran las once y media de la mañana. Dos horas largas de espera. Primer acto de «El melón made in Spain». «Como hoy no hemos ido al mercado, porque ya le digo, oiga, que en el kilo de melón está a 130 pesetas y a estos señores les dan tres duros aunque se doblen la espalda para recogerlos...»
Menos de un duro por kilo, cobran. «Pues eso, que como no hemos ido al mercado, eso que nos ahorramos, ¿no?» Y la morenita del pelo rizado, rizadito, muy ondulado, escupe palabras como una ametralladora: «Y que lo ponga claro, que los franceses nos dan corcho, que como lo de España nada. Y tú calladita, niña». La niña, unos doce años, escupe como la madre: «Nos tenemos que salir del mercado europeo ese». Bla, bla, bla. No se escuchan. Entra otra mujer en escena. Es una mujer de labios cuarteados que bisbisea: «De una en una, señoras». La miran. «Yo lo que le quiero decir es que no tienen que dejarlos entrar por la frontera. Los franceses a lo suyo y nosotros a lo nuestro». En la fila del medio un hombre grita: «Aquí no, aquí no.
La fruta a La Moncloa, que para eso han vendido el país. Que le lleven la fruta a ese "tipo" y que lo entierren con los tomates». Eran las doce menos dos minutos. Los policías municipales hacen espacio entre la vallas para que circule la gente. Segundo acto de «El melón made in Spain». «Hay la madre de Dios», y se echa una mano a la cara. «Haber venido antes, jodida». Y la mano se levanta amenazadora. Se empujan, se aprietan, se miran, se olisquean. Se odian. «Pero no la deje, no la deje, que se cuela». Una incursión por la izquierda, un quiebro a la derecha, una mirada al horizonte para despistar. Paso ligero. «Que se cuela». La cogen por la manga derecha de la blusa floreada.
«Oye Mariola, ¿quieres melones?». Mariola está entre la turba. «Tú misma, ¿vale?» En medio de la cola de la derecha, según se mira de frente a los ojos del caballo de la Plaza Mayor, un septuagenario apoyado sobre una muleta sale corriendo. Sí, corriendo. Con muleta y todo. «Usted fuera de ahí. A la cola ahora mismo. Sí, usted, que lo llevo viendo una hora cómo se quiere colar». La muleta flota a dos centímetros del suelo, pero el viejo mantiene el equilibrio. «Si se hubiera querido colar lo hubiéramos echado, pero él estaba aquí antes, lo que pasa es que se ha ido a tomar algo al bar ese de ahí», calman desde la fila al ¿inválido? «Ya, coño, pero llevamos dos horas ahí». En la cola se habla de Francia, de camiones incendiados, del Gobierno. Tercer y último acto de «El melón made in Spain». «Lo primero es la solidaridad, venimos para ayudar a la causa, después por la fruta». Ajá. «Por cierto, me llamo Antonio ¿y usted?»
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