La reina de Francia era imposible que se salvara
La segunda cosa que da al traste con cualesquiera, remotísimas, posibilidades de salvación es la carta que envía a Fouquier-Tinville el ex zapatero remendón Simón, tan honrado e incorruptible como analfabeto preceptor del ex Delfín, acusando a la ex reina de incitar a su hijo a masturbarse y de haber cometido actos incestuosos con él.
El ciudadano Luis Carlos Capeto, es Delfín de Francia, es un niño de ocho años, precoz y mal educado por Simón, que le ha inculcado el gusto por lo soez: el ex futuro rey de Francia jugaba con los guardianes del Temple y cantaba con ellos a voz en cuello canciones como la Carmañola y el Ça Ira:
Es muy indiscreto, repite fácilmente lo que oye, y con frecuencia, sin querer mentir, añade lo que le hace ver su imaginación... Su tía Elizabeth, llamada a declarar sobre la acusación, añadió a estas palabras que el niño se masturbaba ya desde hacía tiempo, por lo que ella y su madre le reprendían y castigaban. Esto debió incitar al niño a vengarse de ellas, acusándolas; una vez lanzado a la mentira, le fue difícil dar marcha atrás, y acabó creyéndosela él mismo.
Firmó con su letra infantil: «Luis Carlos Capeto», la declaración en la que acusaba a su madre, y, careado con su hermana, mayor que él, la angustió profundamente al reafirmarse en ella.
«El joven príncipe», dice una fuente contemporánea, «sentado en un sillón, balanceando sus piernecitas, cuyos pies no llegaban al suelo, persiste en sus acusaciones».
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