El escritor expatriado
«Como todos los jóvenes, arranqué para ser un genio. Pero afortunadamente la risa intervino». Con ese inequívoco sentido del humor inglés describió un día su propia vida Lawrence Durrell. Viajero, diplomático, profesor, escritor, poeta, libretista, el autor del inolvidable El cuarteto de Alejandría habría cumplido esta semana los 100 años de edad si no fuera porque una apoplejía se lo llevó al otro mundo el 8 de noviembre de 1990 en Sommières, el pueblecito del departamento meridional de Gard (Francia), donde residió en absoluto anonimato sus últimos 35 años de existencia.
Hoy el mundo de las letras honra la memoria de este súbdito de su graciosa majestad que jamás tuvo pasaporte británico con la publicación de nuevas biografías y reediciones. En el Reino Unido, la Biblioteca Británica y la BBC se han aliado para editar los archivos sonoros de Durrell en clave de spoken word. Mientras que su primera hija, Nancy Durrell Hodgkin, edita una biografía de sus padres bajo el título de Amateurs in Eden (Virago Books), que describe el primer matrimonio del autor -se casó cuatro veces-, que va de 1935 a 1947, época en la que vivió entre Corfú y Alejandría, comenzó a hacerse un nombre como novelista y entabló contacto con su mayor cómplice literario Henri Miller, con quien se carteó durante 45 años.
En Francia, el país donde más tiempo residió, Buchet/Chastel, su fiel editor desde 1957, recupera una obra primeriza, que nuestro hombre escribió a los 20 años. Publicada inicialmente en Londres en 1935, Petite musique pour amoureux (en el original, Pied Piper of Lovers) permite descubir, aunque sea en francés, la novela de iniciación del joven Walsh Clifton, dividido como el autor entre su India natal y su Inglaterra paterna, forzado a abandonar una infancia libre y salvaje en el Himalaya para doblegarse a los convencionalismos de una Gran Bretaña que iba, en los años 20, camino de su decadencia. Además, Les Éditions Louis Vuitton y La Quinzaine Littéraire se han unido para impulsar un nuevo estudio crítico: Lawrence Durrell a la sombra del sol griego.
En España, la editorial Edhasa lanza por su parte, reunidos por primera vez en un único volumen, los tres relatos que configuran la Trilogía del Mediterráneo: Celda de próspero, Limones amargos y Reflexiones de una venus marina, un conjunto a medio camino entre la autobiografía, el libro de viajes y el reportaje político, que permite al lector recorrer Corfú, Rodas y Chipre durante las décadas de los 40 y los 50 y ponerse en la piel del mismísimo autor a través de sus observaciones sobre el carácter y las costumbres de los griegos isleños, sus descripciones de paisajes, evocaciones históricas, anécdotas y recomendaciones gastronómicas.
Precisamente en su isla más icónica, The Durrell School of Corfú, una fundación consagrada desde 2004 a los simposios de literatura inspirada por el Mediterráneo, tiene preparado para la segunda quincena de junio una semana de conferencias en torno a la obra y la querencia por el Mare Nostrum del hombre que un día declaró en una entrevista: «El Mediterráneo es la capital, el corazón y el sexo de Europa». Por esas mismas fechas, el Goodenough College de Londres acogerá durante cuatro días los actos conmemorativos que ha preparado The International Lawrence Durrell Society, como haciendo caso omiso a aquella consignia del novelista que decía «La historia es una repetición interminable del modo de vida equivocado».
Pero el acontecimiento más esperado es quizá la grabación de la ópera Sappho, del compositor australiano Peggy Glanville-Hicks, basada en un libreto escrito por nuestro personaje en 1950, dedicado a su hija del mismo nombre. Bajo el patrocinio de la Owls Nest Opera, las sesiones se realizarán en Portugal, con la Orquesta y Coros Gulbenkian y un plantel de primera fila internacional encabezado por KS Deborah Polaski y Sir John Tomlinson. La edición del CD está prevista para finales de 2012.
«Hay sólo tres cosas que hacer con una mujer. Se puede amarla, sufrir por ella o convertirla en literatura», dejó impreso en tinta indeleble Lawrence Durrell. Su fascinación por las culturas que le eran ajenas y por los paisajes exóticos -desde la localidad india de Jalandhar donde nació hasta Egipto, Yugoslavia o el Mar Egeo, donde tanto tiempo residió-, sólo es comparable con el universo de amores esquivos o contrariados, sentimientos y sensualidad que inundan sus narraciones, mezcla de exploración interior y observación del entorno humano, urbano o naturalista.
Obra maestra de la novela del siglo XX, su El cuarteto de Alejandría acaba de ser reeditado con todo lujo por la casa británica Faber, incluyendo una introducción exclusiva de Jan Morris. «Siempre se ha ensalzado la capacidad descriptiva de Durrel y la libertad con que juega con los conceptos de espacio y tiempo. Pero conviene fijarse también en que es un excepcional contador de historias, que maneja espléndidamente la intriga y la decepción», opina Morris, tras comparar al autor centenario con el mismísimo John Le Carré y describirlo como «un maestro de la novela de espías».
¿Y qué tienen preparado para conmemorar el centenario en su pueblo secreto del Gard? Pues poca cosa, ya que Monsieur Lawrence nunca ejerció allí como literato de fama universal, sino como un excéntrico ciudadano del mundo -no le gustaba que le consideraran inglés- retirado a este bucólico lugar tras décadas de viajes, amoríos y vivencias. Sommières rememora estos días también, a su manera, al hombre que vino buscando el sol de provenza atraído por la benévola fiscalidad gala y se quedó hasta su muerte. Aquí existe, claro, un Espace Durrell situado en el antiguo convento de las ursulinas donde se conservan, desde la fecha de su muerte, algunos recuerdos del hombre y del escritor. Será allí donde se exhiban, durante todo el mes de julio, las cartas inéditas que atesoraba su amiga de tantos años Laure Casteil. Y, en paralelo a esta sencilla muestra, el Larry's Bar programará un espectaculo de jazz con el título Durrell le Méditerranéen. Todo muy paisano discreto, como lo quiso Durrell en los últimos 35 años de su vida.
Tal era el ansia de nuestro personaje por pasar desapercibido que nunca daba a nadie su dirección y firmaba sus libros en una localidad imaginaria que había llamado Ascona.
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