El tuerto otra vez
Ajeno al lío del desembarque contrareloj de la corrida de Álvaro Núñez del Cuvillo -el metraje de la matinal y la capacidad de los corrales retrasaron los rituales clásicos del sorteo-, Juan José Padilla descansaba en la habitación. Lydia y Paloma le acompañaban.
La silla montada con el vestido verde esperanza bordado con espigas de laurel. Y la capilla en una mesita. Madre e hija sólo abandonaron al matador en la hora de la oración. Una plegaria arrodillado frente a un escaparate de Vírgenes, Cristos, Santos y ángeles de la guarda que durante temporadas le han tendido capotes y quites imposibles. En Pamplona, San Sebastián, Zaragoza…
La silla montada con el vestido verde esperanza bordado con espigas de laurel. Y la capilla en una mesita. Madre e hija sólo abandonaron al matador en la hora de la oración. Una plegaria arrodillado frente a un escaparate de Vírgenes, Cristos, Santos y ángeles de la guarda que durante temporadas le han tendido capotes y quites imposibles. En Pamplona, San Sebastián, Zaragoza…
Eran las cinco y cuarto de la tarde cuando Juan José Padilla salía por la puerta del hotel Heredero de la mano de la pequeña Paloma. El gentío se arremolinaba entorno a su figura, delgada como nunca. La furgoneta esperaba. La cuadrilla también. Por las calles oliventinas había música de charanga, cubata y cassette de gasolinera: «Ten prudencia conductor» y un estribillo setentero como banda sonora de campaña la DGT. Padilla atrevesó el pueblo aferrado a su montera.
En los tendidos, la peña se apretaba con la plaza a punto de reventón. Sonó la hora, raramente sin puntualidad. Los accesos caminaban colapsados a paso de procesión. El portón de cuadrillas se abrió por fin. Morante y Manzanares se hicieron pronto presentes. Juan José Padilla se retrasó nada. Su aparición desmonterada erizó los tendidos. La mirada ciclópea clavada en el cielo. Y las gracias a Dios prometidas. La catarata de ovaciones siguió y siguió hasta que, concluido el desfile, Padilla fue obligado a saludar reverencialmente. Los compañeros unidos y Palomita en una barrera con el capote de paseo de papá.
No sé si alcanzado este punto el tono ha de pasar a épico, a la loa hacia de un tío con dos cojones y voluntad de acero. Entre barreras se encontraban los doctores Val-Carreres y García Perla, los cirujanos que han reconstruido el cuerpo del hombre que ha resconstruido al torero. Sin olvidar a todo el equipo médico del hospital Miguel Servet que se enfrentaron con pulso al horror. A ellos, a todos ellos, les brindó Padilla la muerte de Trapajoso, cuando ya había demostrado que la potencia de los cañones de Navarone con las banderillas sigue calibrada con tino de artillero. Trapajoso colaboró poco y se paró pronto. Aunque de salida se movió lo suficiente para que Padilla recordase las viejas enseñanzas de su maestro Rafael Ortega a la verónica, sobre todo en dos medias. La faena de muleta consistió en una porfía.
Muerto el toro de certera media estocada, el presidente premió la lucha de cinco meses menos tres días contra el destino. Lo que a una señora le pareció poco frente a los méritos matinales de Cayetano.
Muerto el toro de certera media estocada, el presidente premió la lucha de cinco meses menos tres días contra el destino. Lo que a una señora le pareció poco frente a los méritos matinales de Cayetano.
En medio de la faena de torería de Morante, al padre de Padilla le dio una bajada de tensión, un desmayo emocional, un soponcio, o sea. Pero regresó de la enfermería a tiempo para que su hijo le brindase el cuarto toro en un abrazo largo y emocionante. La mejor noticia de todas fue ver, con este chorreado de Cuvillo, suelto de cara y carnes, nervio y tralla, que la fuerza del Ciclón ciclópeo (copyright de Barquerito) sigue íntegra. La fuerza y el sentido del humor y el afán de competición. Cuando les ofreció compartir banderillas a Morante y Manzanares, resoplaron en distintos tiempos. Porque el cuvillo se movía con pies ligeros.
El genio de La Puebla clavó un par superior y, cuando alcanzó el callejón apurado, se acordó de todas sus mulas con coña marinera, según se desprendió de sus labios. Manzanares también pareó airoso.
El genio de La Puebla clavó un par superior y, cuando alcanzó el callejón apurado, se acordó de todas sus mulas con coña marinera, según se desprendió de sus labios. Manzanares también pareó airoso.
Padilla se lo agradeció con su media sonrisa, como una devolución guasona de sus brindis. Y volvió a ser huracán de rodillas, desabrochado el chaleco; y volvió a la guerra en pie. Ese olor a napalm presentido de las mañanas. Algunos derechazos planchados, recursos, aprietos y chispas por el izquierdo, por donde apretaba la embestida; desplantes y gestos. Padilla en estado puro. Sólo falló la espada. Pero no importó para que se premiara el esfuerzo titánico, para que todos los toreros (Juli, Talavante, Marín, Barrera y su hermano Suárez Illana), sacasen a hombros al Ciclón cliclopeo de Jerez. Hoy Paloma lo contará en el cole.
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